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  • Foto del escritorMario Alegre-Barrios

Lourdes Ramos, el Museo de Arte de P.R. y la voluntad de hacer


PARA LA DOCTORA Lourdes Ramos, vivir es sinónimo de hacer y con este credo ha navegado desde que tiene memoria, en especial durante los últimos doce años que lleva al timón del Museo de Arte de Puerto Rico, nunca en mares tranquilos y siempre con la ilusión de mantener intacta su capacidad de asombro como piedra de toque para adelantar esa obra siempre en proceso que es la vida.

–Mucho de lo que he alcanzado es por esa incansable vocación por hacer, por definir qué es en lo que creo y hacerlo –dice en una charla la directora ejecutiva de MAPR en ruta a la Vigésima Gala Anual del MAPR que se celebra este sábado en el Sheraton Puerto Rico Hotel & Casino del Centro de Convenciones–. La voluntad de hacer es capaz de mover países y nosotros en Puerto Rico tenemos que apostar a eso, a hacer lo que hay que hacer.

El camino que un día del año 2005 la colocó al frente del MAPR comenzó en San Germán, donde vivió una infancia memorable, no por la abundancia que nunca tuvo, sino por lo significativas y edificantes que fueron las experiencias que la perfilaron desde entonces, luego de haber comprendido muy temprano que en la vida no podría dedicarse a otra cosa que no fuera el arte, en el seno de una familia con músicos, locutores y profesionales vinculados al mundo de la producción para televisión y prensa, pero ningún artista plástico.

–Tengo la suerte de venir de una familia muy íntegra, muy respetuosa de sus convicciones y de sus hijos, muy trabajadora –explica–. Cuando decidí dedicarme al arte, yo misma no tenía muy claro cómo sería eso… fue un descubrimiento en mi primer año en la Universidad Interamericana, en San Germán, donde sin duda hay uno de los mejores programas de artes plásticas de la Isla, dirigido en aquel momento por Pablo Carrero. Empecé estudiando Ciencias Políticas y pronto me percaté de que eso no podía ser.

Lourdes describe ese descubrimiento como “mágico”, muy propio de una adolescente de 16 años –edad a la que terminó la escuela superior– con toda la incertidumbre que eso implica, sobre todo por la ausencia de un referente cercano en el mundo de las artes plásticas y a una distancia considerable de la órbita en la que gravitaban los museos o las galerías.

-El barro fue lo primero que trabajé –recuerda–. En la casa de mi abuela creaba ciudades completas en barro, con Bernardo Hogan y Susana Espinosa como mentores en Casa Candina. Asimismo, tuve suerte de pasar mucho tiempo en la sede de la División de la Educación a la Comunidad, la DIVEDCO, porque mi padre era ahí técnico audiovisual y viajábamos la Isla completa llevando películas a todos los barrios. En la DIVEDCO me sentaba en la misma mesa donde tiraban serigrafías Antonio Maldonado, Lorenzo Homar, y Rafael Tufiño, entre otras de muchos grandes de la generación de los 50. Creo que ahí está la base de todo lo que vendría después. Fue una juventud de una vida muy bohemia, porque había días en los que, en lugar de ir a clases, prefería caminar por el Viejo San Juan, con la anuencia de mis padres, quienes consideraban que eso era parte de un proceso integral de aprendizaje.

"Mi final físico aquí (en el Museo de Arte de Puerto Rico) puede estar cercano, pero no será un 'final final', en el que ya no vaya a estar colaborando con la institución... Dondequiera que yo esté, éste siempre será mi museo, porque es el de mi país"

Lourdes Ramos

 

–Dedicar buena parte de la vida al arte como creadora de obra y enfrentarse a la opción de dejar ese quehacer de alguna manera vital para abrazar un proyecto de la magnitud que tiene dirigir el MAPR… ¿Cómo fue ese proceso? ¿Cómo fue soltar ese hacer obra todos los días?

–Fue algo muy natural –asevera la hija de Hulda María Rivas y Editberto Ramos, quienes fueron fundamentales para ella-. Me aburro muy fácilmente de las cosas y nunca me vi encajonada en un estudio por mucho tiempo. De hecho, experimenté con todas las artes… empecé con la escultura, luego me moví a la pintura y más tarde al mundo del 'performance' y las instalaciones, que fue sobre lo que hice mi maestría en la Universidad del Estado de Illinois, a donde fui porque era donde me daban la beca completa. Debo decir que era pésima estudiante porque me aburría muchísimo. Me parecía que no cabía en ningún sitio y luego descubro de que eso era algo muy típico de la persona creativa, de buscar unos mundos que no existen.

Con una ansiedad y una necesidad muy grandes de conocer el mundo, a mediados de los 80 Lourdes se fue a Europa y la recorrió completa con $500 en el bolsillo, durmiendo en trenes y comiendo solo bocadillos con agua.

–Hasta que una madrugada llegué a Barcelona… y fue un amor a primera vista –recuerda con una sonrisa–. De inmediato supe que me tenía que quedar ahí. Viví allá siete años, hasta el 92. Estudié en la Universidad de Barcelona, con unos catedráticos maravillosos expertos en el análisis del entorno y de la imagen. En Molinos del Rey, muy cerca de Barcelona, compartí una nave industrial con varios artistas. Compartíamos también una perrita llamada “Nela” y la chimenea. El que llegaba primero echaba la leña y avivaba el fuego. Fueron años muy hermosos, memorables. Dejé mi obra allá y aunque he regresado a Barcelona frecuentemente, no he vuelto a ese lugar.

Al terminar su tesis doctoral en 1992, Lourdes regresó a la Isla y se quedó por razones familiares. Surge entonces la posibilidad de dirigir la Colección Nacional de Puerto Rico con la doctora Awilda Palau, gestión con la que –asevera– empezó su “incursión real en el mundo de la gestión cultural”, que fue el tema de mi tesis doctoral.

–Soy disléxica y “disgráfica”, pero para mí eso nunca fue un handicap, sino un reto –dice–. Escribí mi tesis, a mano y esa fue mi gran excusa para quedarme todo ese tiempo en España. Terminé los estudios en dos años y seguí allá otros cinco, con la tesis y trabajando. Regresé a Puerto Rico y estuve unos ocho meses con la Colección Nacional, siempre con el deseo de regresar a España. En el proceso me había olvidado que había escrito una propuesta al Ministerio de Cultura de España en respuesta a una convocatoria que hizo para escribir el catálogo razonado del Museo de Arte Reina Sofía en el área de fotografía. Cuando destituyeron a la doctora Palau, durante la administración del doctor Pedro Rosselló, el director del ICP me dijo que me quedara, pero al final de mi contrato me dijo que “gracias y adiós”. Mientras recogía mis cosas, me llamaron para decirme que había para mí una carta de España. Era para darme la noticia de que había sido seleccionada para escribir el catálogo del Museo de Arte Reina Sofía.

Aquella estancia en Madrid duró un año. A mediados de los 90 regresó a Puerto Rico nuevamente por otra situación familiar. Estuvo desempleada por una temporada hasta que surge el proyecto de restauración del Museo de Historia de San Juan. Sila María Calderón era la alcaldesa de San Juan y Paquita Vivó dirigía el Departamento de Cultura. Lourdes hizo una propuesta y la reclutaron para dirigir el proyecto

–Como me gustan los retos, acepté –señala–. Luego de terminar el proceso de restauración se me propuso que dirigiera el Museo y también acepté estimulada por la posibilidad de hablar de ese otro Puerto Rico que no se suele hablar. Además, este museo lo tenía muy atado al alma porque fue la sede de la DIVEDCO, donde tanto estuve cuando era niña, de la mano de los grandes maestros. ¿Cómo iba a decir que no a eso? El edificio era parte de mi infancia. De esa gestión recuerdo con particular cariño una investigación de tres años sobre la historia de los judíos en Puerto Rico, con el resultado de una gran exhibición.

Respecto al inicio de su compromiso con el MAPR, Lourdes comenta que ese comienzo “fue un poco surrealista porque yo soy muy del pueblo, sin posturas políticas de manera pública, tanto así que he trabajado con todas las administraciones”.

–Esa coyuntura surgió en el 2005 y la vi como una oportunidad de aportar al país –dice-. Me entusiasmó la posibilidad de hacer una diferencia contribuyendo a la educación y al desarrollo de los artistas con cosas como el Programa de Asistencia al Artista, iniciativa que estaba en mi mente desde hace mucho tiempo, preocupada por esa carencia que yo viví. Yo no tuve quien me ayudara a organizarme como artista, no tuve quien me asesorara, no sabía cómo negociar y desconocía el marco legal de mi quehacer. PROA surge porque desde el primer momento en el Museo sabía que no quería que nadie pasase por lo que yo pasé.

–Asumiste la dirección de Museo en el 2005 y en el 2008 la Isla comenzó a sufrir la crisis económica y fiscal que hoy nos tiene en una situación de gran precariedad –le digo–. ¿Cómo has vivido esta responsabilidad al frente de una institución con un presupuesto operacional de $8 millones al año, si tomamos en cuenta de que cada vez son menos los ingresos, tanto de parte del Gobierno como de la empresa privada?

–Mira, este museo es el sitio ideal en Puerto Rico y ¿cómo se maneja esto sin dinero? La crisis comenzó en el 2008 pero, contra lo que mucha gente piensa, esta institución nunca ha estado sólida económicamente –apunta–. Es un museo mediano que programado para funcionar con unos $8 millones al año, pero que se maneja con $6 millones y eso habla mucho del esfuerzo que hay que hacer para que siga adelante. He sido muy afortunada en oportunidades. Cuando no se crece en la abundancia económica, se aprende cómo hacer mucho con poco. De pequeña y de estudiante esa fue mi realidad. El dinero o la falta de él no me asusta. El mayor capital que tiene el ser humano es la salud y la capacidad de crear aquello que no está creado. En aquel momento reconocí que el Museo tenía una junta muy sólida, con un gran edificio y una colección por consolidar y seguir construyendo y eso me llamó mucha la atención.

Lourdes asevera que siempre ve en cada ser humano al niño que es o que fue y que ella misma nunca he perdido la niña curiosa y apasionada con buscar, con descubrir.

–Lo primero que me llegó a la mente cuando surgió esta oportunidad fue “cómo hago posible que más niños disfruten del museo” –recuerda–. Eso y cómo promover que esa experiencia les ayudase a valorarse en lo individual y como parte de un pueblo, a aprender el concepto de lo nacional y de lo que es ser puertorriqueño. Para mí esto es fundamental. Dirigir este museo lo vi como una oportunidad para nuestros niños, para ayudar a formar una colección, para hacer algo divertido. Nunca he visto el museo como un sitio donde se exponen cuadros en paredes y doce años hablan y son testimonio de eso. El museo es algo totalmente cónsono con lo que hacen todos los grandes museos del mundo. Más que un museo, es un centro cultural que lleva a todos los niveles de la sociedad una oferta diversificada para todos los ciudadanos.

Al hablar de los esfuerzos que se realizan para mantener el MAPR a flote en medio de la tormenta económica que nos azota, Lourdes sostiene la institución saldrá adelante.

–Siempre he confiado en que, en su momento, el país va a entender de qué estamos hablando cuando decimos “Museo de Arte de Puerto Rico” –asevera–. Confió plenamente en la gente que trabaja en esta institución, algunos de ellos desde hace más tiempo que yo. Y siempre he tenido la firme certeza de que la Junta de Directores y el cuerpo rector tiene un compromiso de país. Nunca he puesto en duda de que vamos a seguir adelante y la institución va a seguir creciendo. Siempre he visto el museo como un vector importante para el desarrollo del conocimiento y algo así no puede morir y, como algo así no puede morir, todos los días me levanto a hacer, nunca con temor a la carencia económica, ni en mi vida personal, ni en la profesional. El día que este país sienta que ya no hay que abogar por la puertorriqueñidad, entonces nos olvidamos de los museos… y de este museo, Pero tengo la certeza de que el Museo de Arte de Puerto nació para quedarse y que nos va a sobrevivir a muchas generaciones.

Miembro de la Comisión Acreditadora de Museos de Estados Unidos, Lourdes vive este honor enorme con una gran ilusión. Cada tres meses revisa una treintena de museos de toda la nación.

–En Estados Unidos hay 17,000 museos y solo alrededor de 800 han sido acreditados, entre ellos el Museo de Arte de Puerto Rico –explica–. Es uno de los más jóvenes. Se acreditó en el 2012

–Lo más perdurable laboralmente en tu vida ha sido el museo –le digo–. Doce años. Como dijiste antes, nunca duras tanto haciendo algo de manera ininterrumpida. A la luz de esto, ¿cómo explicas esta prolongada permanencia el timón de MAPR?

–He durado tanto porque ha sido un proceso de reinvención continua, nunca he hecho lo mismo todos los días aunque a veces así parezca. Si me preguntas si me veo en permanencia aquí, la respuesta es no, no me veo.

–¿Está cerca tu final al frente del Museo de Arte de Puerto Rico?

–Mi final físico aquí puede estar cercano, pero no será un “final final”, en el que ya no vaya a estar colaborando con la institución –revela–. Algo tan próximo como en octubre de este año viene un congreso del ICOM, el International Council of Museums. Nos visitarán profesionales de todo el mundo. Esta será mi última iniciativa para con esta institución, pero la colaboración va a seguir desde donde sea que yo esté. Dondequiera que yo esté, éste siempre será mi museo, porque es el de mi país.

–¿Seguirás como directora del MAPR cuando se celebre la gala del 2018?

–Eso lo veremos en su momento…

–¿Qué queda en ti de aquella niña que fuiste?

–Quedan muchas cosas muy hermosas, sobre todo la niña con una ilusión muy ingenua. Me gusta sorprenderme. Conservo la ansiedad por la sorpresa y la inquietud de mantener intacta la capacidad de asombro.

 
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