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Esto es el agua... así de simple

LA PARÁBOLA me acompaña desde que la leí hace ya algún tiempo. Nadan despreocupados dos peces jóvenes y en el camino se cruzan con un pez mayor que, luego de saludarlos, les pregunta: “Muchachos, ¿cómo está el agua?”. Los dos peces jóvenes no le responden y siguen nadando, hasta que uno de ellos le pregunta al otro: “¿Y qué diablos es el agua?".

 

La brevísima -y en apariencia simplísima- parábola es de David Foster Wallace, un extraordinario escritor estadounidense que se suicidó en el 2008, -el mismo día de mi cumpleaños-, para morir virgo, luego de haber nacido piscis 45 años antes.

 

La hondura del fugaz intercambio entre el pez maduro y los peces jóvenes, y la sorpresa implícita en la pregunta de uno de estos a su acompañante, no puede ser explicada sin que el acto mismo de apalabrar su significado difumine un poco el esplendor de lo que revelaría sin intermediarios.

 

Pocas veces -quizá nunca- nos hacemos la pregunta que formula el pez maduro y nadamos a través del tiempo como los peces jóvenes, sin reconocer la trascendencia de que en su respuesta está la diferencia entre vegetar y vivir, entre la inercia de lo cotidiano y el navegar con la certeza de que esto -la vida- es algo tan real como efímero y que cada segundo que nos pasa por la piel y por el alma trae consigo -y también se lleva de inmediato- algo de ese universo que nos abraza, de ese cosmos que intuimos justamente a partir de eso que llamamos “yo”, donde cada “yo” suele pensar y creer y sentir que es el centro de esa inefable otredad que apenas comprendemos.

 

La pregunta del pez mayor es para mí como un mantra en este camino que cada vez se hace más corto. Y me pregunto siempre -y te pregunto ahora-, ¿cómo está el agua? Si te preguntas “¿qué es el agua?”, la respuesta es obvia: esto es el agua. Así de simple.

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