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  • Foto del escritorMario Alegre-Barrios

Con la familia y la comunidad como inspiración



SIEMPRE HA SIDO la familia —recuerda—, siempre esa presencia constante de sus padres y de sus hermanos (“siempre es una locura tener hermanos”, dice), siempre la conexión con su madre —Olivia—, que era quien estaba en casa mucho más que su padre —Luis—, porque él se iba a trabajar, pero —también siempre— con la emoción de esperar su regreso.

 

“Corran a abrazar y a besar a su papá”, les decía Olivia con amoroso entusiasmo a sus cinco hijos cuando su esposo regresaba por las tardes de su trabajo como Director del Ferrocarril Chihuahua-Pacifico, como promotora de la armonía en la familia y de la virtud de extrañar al padre ausente, recuerdo que para Gloria Kat Canto nunca ha languidecido: escuchaban al carro llegar, poco después el ruido de las llaves que don Luis dejaba sobre la mesa al entrar y luego los besos y los abrazos y como la pequeña Gloria —la menor de los cinco— se abrazaba a sus piernas para que el padre la levantara, primero por encima de su cabeza, para luego bajarla un poco, a la altura del rostro, para ese beso único e inolvidable.

 


Siempre —desde esos primeros recuerdos de la infancia en la ciudad de Chihuahua, México, en la década de los 70 del siglo pasado— la familia ha estado con Gloria; primero y a perpetuidad, la de sangre, sus padres y sus cuatro hermanos (Luis, Reyna, Oscar y Olivia); después —desde hace tres años— el clan de The Family Center / La Familia, organización sin fines de lucro enclavada en la ciudad de Fort Collins, en el estado de Colorado —que ofrece servicios de apoyo a familias, en especial a las de inmigrantes latinos— de la que es su Directora Ejecutiva.

 

Conversamos recientemente vía Zoom con el pretexto de la celebración del Mes de la Herencia Hispana, Gloria, en la sede de La Familia; yo, desde mi hogar en Puerto Rico, siempre con esa curiosidad usualmente compartida entre paisanos cuando a ambos los vincula la nostalgia por la tierra natal, como es nuestro caso.

 

Oriunda de Ciudad del Carmen, en Campeche, y con una primera infancia en Chihuahua, desde los 4 años Gloria se crio en la Ciudad de México (el eterno “de efe” para los “chilangos” de corazón). De niña —recuerda— jugaba con frecuencia a ser investigadora, como una detective en busca de pistas de lo que fuera.

 

—Todo lo que hacía era siempre una especie de experimento —recuerda—. Jugaba en el jardín y recolectaba cuanta cosa me encontraba… piedras, hojas. Las clasificaba y trataba de hacer algo innovador con eso. O iba a la cocina y mezclaba cuanto condimento encontrara. Crear siempre algo nuevo, ese era mi juego predilecto. Viví en Chihuahua hasta los 3 o 4 años y de esa etapa los recuerdos son muy pocos

 

(Su casa, su perro, asar chiles con su madre…)

 

A mediados de los 70, la familia se mudó a la Ciudad de México, a la colonia Narvarte en la calle de Palenque, cerca de las calles Xola y Obrero Mundial, y del Viaducto Miguel Alemán.

 

(En esa calle –-Palenque # 468–- vivía mi tía Nora, la celestina de mi noviazgo con Ana Mayra, migrante cubana de Puerto Rico que se convertiría en la madre de mis hijos, Mario, cinéfilo y periodista; y Analía, Directora de Desarrollo de The Family Center / La Familia)

 

Al evocar a esa niña que fue, Gloria asevera que se recuerda siempre con muchas posibilidades para ser creativa. Cuando acompañaba a su madre al banco jugaba con las formas de depósito porque se le ocurrió que quería ser dueña de un banco, por ejemplo, y hacer cheques y manejar dinero.

 

 —Lo cierto es que siento que había mucha libertad en esos días —rememora—. Cerca de mi casa, al cruzar la avenida Doctor Vértiz, tenía un parque y me dejaban ir sola… eso era lo máximo. El día que me regalan mis primero patines, los tradicionales, de cuatro ruedas, y me fui sola al parque para mí fue uno de los mejores días de mi vida. En esos tiempos la ciudad no era como ahora, había menos violencia, se podía jugar en la calle. Cruzaba la avenida en patines y me pasaba ahí toda la tarde. Eso era la libertad que tampoco olvido. Fueron días mágicos, muy divertidos.

 

Cuando Gloria se dio cuenta de que no todo era juego y de que debía tener una profesión, pensó en la fotografía como una posibilidad, pero decidió que eso era más un arte y algo no muy rentable para ganarse la vida. Ingresó entonces a una escuela privada a estudiar Mercadotecnia, pero la experiencia la decepcionó. Una de sus maestras le dijo que ahí no desarrollaría todo su potencial. Saltó entonces a estudiar Ciencias de la Comunicación, en la Universidad Autónoma Metropolitana, en su sede en Xochimilco, pensando que ahí podría aprovechar mejor su pasión por leer y escribir.

 

(Pensó también ser bióloga marina, por su amor al mar y a los defines. Llegó a tomar clases de buceo, que dejó cuando a su padre le dio un infarto).

 

—Mi primer empleo fue en la Secretaria de Relaciones Exteriores durante el sexenio presidencial de Carlos Salinas de Gortari —explica—. Yo estaba por terminar mi carrera en la UAM y uno de mis profesores —el escritor Jaime Moreno Villarreal— me recomendó para el empleo que finalmente me llevó a ser Jefa del Departamento de Intercambio Cultural y Audiovisual, en Servicios Culturales de la SRE. Me encantó… manejaba asuntos culturales, estaba a cargo del Cine Club de la Secretaria y trabajaba con la Filmoteca de la UNAM. Cuando salió Salinas y entró Zedillo, se acabó ese trabajo y lo tomé bien, sin dramas. Decidí también que ya no quería trabajar más en el Gobierno, que con esa experiencia me bastaba. Me incorporé entonces al mundo corporativo de Telcel, del grupo Carso, cuyo dueño es Carlos Slim, y ahí trabajé hasta que me vine a Estados Unidos en el 2005.

 

—¿Qué te llevó a dejar México?

 

—¡El amor! —responde enfática y sin titubear—. Tenía yo una amiga que en la adolescencia se fue de intercambio a Minnesota, mientras en su casa recibieron a un estudiante francés. La mamá de mi amiga me estimaba mucho y me invitó para presentarme a este estudiante que ya se iba —y se fue— a su país de origen, pero estaban por recibir a otro estudiante por intercambio. Entre las solicitudes, estaba la de un joven llamado Patrick, de Boston, quien me pareció recomendable porque vi que le gustaban los deportes, no fumaba ni tomaba… en fin, muy sano. Sin pensar en nada más —lo juro— lo recomendé. Cuando llegó, la mamá de Larissa  me llamó para presentármelo. Me empezó a buscar mucho… a mí me cayó muy bien pero en ese momento yo tenía novio… hasta que me comenzó a llamar la atención. Yo tenía 17 años en ese entonces…

 

Y Patrick prevaleció. Llegó Yvonne —la primogénita— todavía en la Ciudad de México, quien ya es cosmetóloga y empresaria) y más tarde Sofia —ya en Fort Collins—, gimnasta y que recién comenzó el 6to. grado de primaria.

 

—Patrick ya había comprado una casa en Fort Collins en 1998 y la tenía rentada.  En el 2005 decidimos venir a vivir a Estados Unidos.  Yo dejé todo entonces. Renuncié al trabajo, dejé mi casa, vendí mi coche y nos fuimos a vivir a California, mientras hacia el papeleo con Inmigración. Una vez todo se resolvió, luego de un año, acordamos venirnos a la casa de Fort Collins, en el año 2007.

 

—¿Cuándo y  cómo comenzaste a sentir ese llamado por el prójimo, por trabajar para la comunidad?

 

 —En California empecé a conectarme con la comunidad latina y a hacer amistades —recuerda—. Una vez llegué a Fort Collins vi en el periódico un anuncio en el que el Salvation Army solicitaba voluntarios. Me acerqué a ellos porque estaban buscando personas bilingües para registrar a personas latinas interesadas en recibir regalos en Navidad. Eso me encantó, sentir la satisfacción de conectar a mis paisanos, a mi gente. Eso fue mi primera aproximación al non profit. Luego tuve empleos temporales que me convencieron de que no me gustaba trabajar para corporaciones lucrativas… y buscando en Internet encontré un trabajo en United Way, en una línea de ayuda, la 211.

 

La contrataron y después de varias semanas se abrió una plaza de tiempo completo, también en United Way, como Gerente de Información y Recursos y trabajar con la base de datos. Se la dieron y ahí permaneció durante casi diez años, mientras seguía conectado con la comunidad latina y conociendo sus necesidades, siempre impulsada por el deseo de ayudar a que la gente se comunicara, porque no tolera ver que alguien no pueda transmitir sus necesidades y deseos y, que además, por eso sea víctima de injusticias.

 

—Así fue como esa pasión creció en mí —asevera—. La gente llega aquí y dice que todo es muy bonito, que cuál pobreza, porque la noción de pobreza para los latinos es muy distinta. Yo misma decía “aquí a todo el mundo de va muy bien, las casas son muy bonitas, todo está muy limpio”, pero un poco más allá hay comunidades en necesidad, espacios de casas móviles… y cuando me metí ahí fui viendo esa otra realidad de la que no se habla, que no se ve.

 

En el 2016 cerraron el programa en United Way y Gloria se quedó hasta el final para asegurarse de que todo terminara bien para todos, incluidos sus colegas. Dos semanas antes de salir de ahí, le ofrecieron empleo en una empresa, época muy difícil porque coincidió con el diagnóstico a su mamá de un cáncer en un riñón. 

 

—Regresé entonces a estudiar un bachillerato en Human Services, en Colorado State University —comenta—. Estaba a punto de acabar la carrera y vi entonces anunciado el puesto de Directora de Programa en La Familia, que ya conocía porque Sofía —mi hija menor— había estado en su guardería. No le hice mucho caso pero un domingo, luego de regresar de un viaje, leí con detenimiento la descripción del trabajo y me di cuenta de que era para mí. Eso fue en 2019, poco antes de la pandemia y después de graduarme Summa Cum Laude.

 


Ya habían cerrado la admisión de solicitudes en La Familia, no obstante llamaron a Gloria para entrevista y la contrataron. Era agosto de 2019 cuando comenzó como Directora del Programa de Apoyo a Familias.

 

—Pero poco después llegó la pandemia y, gracias a mi formación en respuesta a desastres, entré en ese marco de pensamiento y respondimos inmediatamente a las necesidades de los miembros de nuestras comunidades latinas, con liderazgo, asertividad, muy consciente de que no podamos dejar a nuestra gente sin recursos en ese proceso crítico —explica—. Me salió la líder natural y desde entonces comenzamos a manejarnos y actuar como un verdadero equipo, desde esas condiciones tan duras y adversas como las definió la pandemia.

 

Un inicio nada apacible ni gradual. Los miembros de la Junta de Directores la apoyaron contundentemente y los resultados hicieron que la nombraran Directora Ejecutiva.

 

—¿Qué retos y metas te planteaste al timón de The Family Center / La Familia?

 

—Devolverle al equipo la confianza, el sentido de pertenencia y la estabilidad —afirma —. Estaba herido no solo por la pandemia, sino también por los cambios de liderazgo. Claro que hubo escepticismo cuando me nombraron, pero el apoyo de la Junta y los resultados han cambiado eso y vamos muy bien. También me propuse preservar el prestigio que La Familia tiene entre la comunidad y apoyar siempre a la organización, desde la humildad. Llegué aquí a aprender y también a enseñar lo que sé… soy una compañera de trabajo como todos, siempre dispuesta a servir y a escuchar lo que todos los miembros del equipo necesitan o les inquieta. Soy la directora ejecutiva, pero atiendo a quien me busca directamente, desde todos los niveles, tanto del donante que tiene millones, como de la familia que no tiene ni qué comer.

 

—¿Qué te hace ir todos los días a La Familia, cuál es tu propósito fundamental como directora, como latina, como mujer migrante que dejó su país natal para asentarse donde —se dice— se sueña el “sueño americano”?

 

—Estoy muy motivada en lograr que desaparezca la inmensa brecha entre las estructuras de poder —usualmente opresivas— y las comunidades como la nuestra, que luchan por sobrevivir y tener una vida digna y normal. Hacer eso mediante el diálogo honesto, empático y comprometido. Lograr que quienes tienen a su cargo la confección de políticas públicas y su puesta en vigor sean más sensibles con quienes están en la parte más baja del sistema. Ese es mi compromiso: apoyar a la comunidad con la sabiduría suficiente para no ponerme necesariamente en contra del sistema, sino a favor de ese diálogo genuino para que los que ostentan el poder comprendan cabalmente lo que nuestras comunidades necesitan. Acabar con las injusticias y lograr los cambios que hagan la diferencia real.

 

—¿Qué ves cuando tratas de imaginar el futuro?

 

—Quisiera ver que no soy de las pocas personas que están luchando por los cambios, sino que  cada vez seamos más. Que todas las personas increíbles que trabajan aquí, en La Familia, continúen con este esfuerzo, que su trabajo los consolide como líderes y que, a su vez, sigan inspirando a otros. La Familia no es solo un centro de recursos, sino un icono cultural que pertenece a la comunidad.

 

—Si la vida te concediera un deseo, ¿qué le pedirías?

 

—Que la gente tenga acceso digno a la salud, que la valoren y la cuiden —dice con un prolongado suspiro—. Lo viví con mi mamá, que nos dejó hace dos años ahora en octubre… y, ya pensando un poco egoístamente, viajar.

 

Sí, para Gloria siempre su centro de gravedad ha sido la familia, las familias, las dos, la de México y ahora la de Fort Collins, siempre inspirada por sus afanes de libertad, de comunicación, de apoyo, de equidad y siempre con el prójimo —en especial el que tiene menos, el que necesita más— como brújula.

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