LA VIDA ENTERA le pasa por la mirada. Lo maravilloso y lo terrible... por esa mirada. Lo bueno y lo malo también. Los sueños y las decepciones, las felicidades y las amarguras, lo cumplido y lo que aún es ilusión. Siempre ha sido así. La vida completa en esa mirada verdísima que no se parece a ninguna, en esa mirada profunda que con frecuencia se anticipa a la palabra.
Es la misma mirada de hace 20 años, cuando conversamos por primera ocasión. La misma pero distinta. Sí, distinta, como si luego de tanto mirar hacia afuera, a Ednita Nazario se le hubiese agudizado la sensibilidad para mirar hacia adentro. Desde entonces, buena parte de la vida ha pasado. A sus experiencias se suma ahora la escritura de un libro que ha sido para ella como un espejo para la reflexión y la catarsis, para el perdón y la celebración, para el llanto y la risa.
Con toda una existencia cuyas coordenadas han estado escritas en un pentagrama, la artista ponceña debuta ahora como escritora con su autobiografía Una vida, aventura literaria que enmarca su regreso a Puerto Rico con el concierto homónimo que se llevará a cabo en funciones el sábado 13 y el domingo 14 del mes en curso en el Coliseo de Puerto Rico José Miguel Agrelot.
Charlamos nuevamente ayer, como parte de una de esas arduas sesiones en las que a los artistas se les programan –en un lapso de no más de dos horas– no menos de una decena de encuentros con algunos periodistas y los presentadores de diversos programas de radio y televisión –“press junkets” que les llaman– para luego ir a un centro comercial para firmar autógrafos y posar para los “selfies”.
A pesar del "maratón", Ednita está de buen humor, cariñosa y tan afable como siempre. Su mirada es la que sonríe primero al saludar; después, la boca.
–Al mirar hacia atrás veo una vida plena, veo una vida intensa, con muchos regalos que llegaron envueltos de maneras distintas, algunos con envolturas de lágrimas, otros de inmensa felicidad –dice–. Me siento muy bien… no soy muy “revisionaria”, no me gusta mirar para atrás. El proceso de escribir el libro fue bien difícil, porque tuve que abrir puertas que siempre había mantenido cerradas. Pero mirar para atrás me permitió vivir todo un arco de experiencias, desde las maravillosas, como acordarme de mi infancia, que era una puerta que se abría y se abrían otros recuerdos. Pero revivir los momentos difíciles fue muy duro.
–¿Qué tan catártico, que tan doloroso, que tan gozoso fue el proceso de revisitar esa vida para convertirla en palabra?
–Las tres cosas… catártico, doloroso y gozoso… ver mi vida en contexto no era un ejercicio que yo hubiese hecho anteriormente…
–Y el detonante para escribirlo ¿cuál fue?, porque sabías que hacerlo era desnudarte, exponerte, algo para lo que se necesita mucho valor y madurez. Era algo que venías pensando hacer hace tiempo…
–Sí, pero nunca me atreví, no porque tuviese cosas que esconder, sino porque por alguna razón siempre pensé que mi vida privada no era relevante, que era una vida normal, como cualquier otra, con aciertos y desaciertos. Que lo importante de mi existencia era la música, el escenario y contar las historias de la gente y hacerla feliz –explica–. Yo no quería cargar al público que me sigue… no quería cargarlo con mis tristezas, con mis problemas, y por eso siempre mantuve eso aparte. Además, mi vida privada se compone, en su mayoría, de gente privada y yo asumo los rigores de la vida pública, porque siempre he sido una figura pública.
"He hecho las pases con ser quien soy... me he tenido que perdonar muchas cosas, pero con la certeza de que el cúmulo de lo vivido me ha traído a ser quien soy y que lo que soy hoy está bien"
Ednita Nazario
Ednita señala que escribir el libro no fue su idea, sino algo que surgió de una conversación informal con su representante Bruno del Granado.
–Le empecé a contar anécdotas de mi vida y me dijo que escribiese un libro sobre mi vida –recuerda–. Le dije que no creía que eso fuera importante, pero insistió. “Algún día alguien va a escribir un libro sobre ti”, me dijo, “y es un privilegio que puedas tú misma contar tu historia desde tu punto de vista”. Lo ponderé un tiempo… estoy en un momento de madurez, de paz interior, de conocimiento y reconocimiento del ser que soy y soy el resultado de todos esos aciertos y desaciertos. Compartir una vida como la que yo he vivido, que se percibe casi como la de alguien que no tocase el piso, era un desafío. Quería conectar con el público que me sigue y dejarles saber que soy igual que ellos, ¿que escogí un camino diferente?, sí, pero que soy una persona normal, igual que todas.
–¿Qué queda en ti de esa niña que fuiste, de esa niña que tuvo unos padres excepcionales?
–Yo la tuve que rescatar, porque en un momento dado la solté –asevera–. Me envolví en unos procesos oscuros de depresión y de pérdida grandes. Entonces solté a esa niña y por poco me muero. No fue una buena experiencia. Sin embargo, esa misma oscuridad y ese proceso de “metabolizar” esas cosas que estaba viviendo, me ayudaron a reecontrarme con ella. Le escribí una canción que se llama Days of Innocence, después que murió mi papá. Recuperé a esa niña.
–Uno de los pasajes quizá más cruciales de tu libro –y tal vez uno de los que mejor ilustra los anclajes que te han hecho mantenerte firme en la vida– es el que le dedicas a tu “momento más oscuro”, luego de tu primer divorcio, con un padre amorosísimo y comprensivo, incapaz de juzgarte, el Don Naza con aquella “libretita verde”, el padre que no te pide explicaciones y también con la madre de “manos preciosas que te dijo que “jamás debes llorar por lo que no puede llorar por ti”. ¿Qué tan cerca estás de ser tan buena madre con tu hija Carolina como buenos fueron tus padres contigo?
–Yo trato de ser la mejor versión posible de mí –apunta–. Ese es siempre mi esfuerzo. Trato de cultivarme, de ser la mejor madre que puedo ser, la mejor mujer que puedo ser, la mejor compañera que puedo ser, la mejor artista que puedo ser… mi esfuerzo es siempre por dar lo mejor. No sé si tendré la vida suficiente para llegar a la estatura emocional que tenía mi madre… eran épocas distintas, pero en esencia somos muy similares, aunque no en experiencia de vida, por las circunstancias de cada cual. Papi y mami fueron excepcionales… y lo siguen siendo. Es curioso que su ausencia física reafirma sus lecciones. Sin la distracción de la presencia física es más sensible para mí su esencia. A veces oigo a mami y a papi “hablándome”. A veces me escucho diciendo frases y dando consejos que en algún momento yo recibí de ellos. Esto es un descubrimiento precioso… y uno de mis grandes tesoros.
–¿Piensas o sientes que por tener la vida que has tenido te has perdido de algo? ¿Crees que el precio que has tenido que pagar ha sido muy alto?
–Creo que no… uno no extraña lo que no conoce –dice–. Yo no conozco otra vida que no haya sido ésta. La música está en mí desde que nací. Es más, creo que ha sido todo lo contrario: haber identificado mi pasión, haber encontrado ese norte que me hace sentir completa, feliz, que me ha puesto al servicio de la gente al ver que mi actividad musical les da felicidad, me ha hecho vivir una vida muy completa. He viajado mucho, he conocido mucha gente, he tenido experiencias maravillosas y espantosas también. Creo que si hubiese escogido otro camino quizá hubiese ocurrido lo mismo. Ahora bien, no me arrepiento de este camino y nunca lo he hecho. Claro que he tenido momentos difíciles en los que, con frecuencia, he dicho “no puedo más”, pero he podido.
–Sabe que cuando nos acostamos por la noche, sin importar con quién lo hagamos, siempre terminamos acostados con nosotros mismos, sin la posibilidad de máscaras o mentiras... ¿Cómo es tu relación contigo en esos momentos en los que Ednita està a solas con Ednita?
–Mi relación conmigo es muy honesta –asevera–. Me miro al espejo y me hablo. Yo no me escondo de mí. Si lo hago no podría vivir. Soy buena conmigo, pero muy severa también. Me exijo mucho, es mi naturaleza. He aprendido con el tiempo que ser pasional, visceral extrovertida, tierna, voluntariosa y mujer en todo el sentido de la palabra está bien. He hecho las pases con ser quien soy, me he tenido que perdonar muchas cosas, pero con la certeza de que el cúmulo de lo vivido me ha traído a ser quien soy y que lo que soy hoy está bien.
–¿Por qué quieres que te recuerde la gente cuando ya no estés aquí?
–Eso lo hablé una vez con mi mamá, cuando yo apenas treinta y pico de años… me preguntó lo mismo –rememora–. Yo le dije lo mismo que te digo ahora: porque he sido una buena persona, porque no le he hecho daño a nadie, al menos no voluntariamente. Porque he dado lo mejor de mí. Quiero que la gente me recuerde por eso. Tengo un cúmulo de canciones que sé que forman parte de la banda sonora de mucha gente… he participado, he sido la intrusa en la vida privada de la gente a través de las canciones, la tercera en discordia, he sido la cómplice, el espejo… porque cuento anécdotas de la vida cotidiana a través de mis canciones. Soy parte de la vida de muchos y eso es un privilegio para mí.
–¿Y qué ves cuando miras hacia el frente?
–Mucha luz, muchas cosas buenas –apunta–. Tengo el entusiasmo de la niña con un montón de juguetes nuevos frente a mí, experiencias nuevas que me esperan, experiencias que ya están ahí, esperándome para que las viva con la misma intensidad que cuando tenía quince años.
Y para acabar, una pregunta que solo un abuelo puede hacer sin ironía.
–¿Lista para ser abuela?
Titubea… la mirada risueña llega en su auxilio.
–Bueno, me tengo que conformar con la perrita… se llama “Beba”, de mi hija Carolina… a quien no quiero presionar… de hecho todavía no hay nada…
–Pero ¿estás lista para que alguien te diga “abuela”? –insisto.
–¡Pero por supuesto! Sería una abuela fabulosa… creo que sería muy consentidora.
Nos despedimos. Su mirada verdísima. La misma mirada verdísima de hace 20 años. La misma pero distinta. Verdísima... y ahora plenamente serena.
Foto superior y vídeo: Eileen Rivera Esquilín