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Tony Chiroldes y la vida como un juego perpetuo

Foto del escritor: Mario Alegre-BarriosMario Alegre-Barrios

SI ALGO PARECE ser perenne en Tony Chiroldes es la sonrisa, tanto que ni siquiera cuando el gesto no está deja de adivinársele en la mirada, como parte de ese juego perpetuo –a menudo luminoso, a veces sombrío– que es la vida.

Luego de veintitrés años nos volvimos a ver hace apenas unas semanas. En un lapso así cambian muchas cosas en una persona, pero no la sonrisa. Al menos no la de Tony quien, de visita el mes pasado a Puerto Rico, regresó con la misma que tenía cuando lo vi por última vez en septiembre de 1993, época en la que se mudó a Nueva York luego de su memorable puesta en escena del cuento Blacamán el bueno, vendedor de milagros, de Gabriel García Márquez, producción que puso punto final a la no menos célebre existencia de su proyecto Teatruras.

Desde entonces recordé a Tony así, como alguien inseparable de esa sonrisa y del recuerdo imborrable de aquel Blacamán alucinante que cerró un capítulo extraordinario en la historia de nuestro teatro.

Y ahí estaba Tony de nuevo, detrás de su sonrisa, hablando de aquellos días en los que, para sorpresa de muchos, decidió dejar lo construido en Puerto Rico –prestigio y estabilidad, por ejemplo– y lanzarse a la aventura en la llamada “Gran Manzana”, sin más equipaje que talento y pasión.

–Aquel Blacamán fue el último estreno que hizo Teatruras en Puerto Rico y fue también la culminación de tres años de labor muy fuerte –dice–. Artísticamente dimos ‘un palo’ y se cumplió con la misión que nos impusimos desde el inicio: crear un taller para actores y que pudieran lucirse en personajes fuera de lo que pudiesen estar haciendo en televisión o en otras obras de teatro. No monté Teatruras para que fuese ‘el show de Tony’. Lo que yo quería era que los medios y el público se diesen cuenta de que había actores que merecían ser vistos desde otro enfoque, algo que hoy hace mucha falta porque cada uno tiene una vida, una trayectoria, unas luchas.

Tony había creado Teatruras en mayo de 1990 de la mano del arquitecto y artista Jaime Suárez, sobre cuya huella en el teatro –precisamente– Tony vino a ofrecer una ponencia en octubre pasado, en el Recinto de Cayey de la Universidad de Puerto Rico. En esa ponencia, Tony cita al autor italiano Roberto Piumini en su cuento Bolt, el alfarero.

“Cuando se excava por acá y por allá a lo largo y ancho de este mundo, de vez en cuando se encuentran vasijas de diferentes formas que los arqueólogos clasifican como vasijas griegas, chinas o aztecas y las colocan en los museos con etiquetas y números impresos. En realidad, son las vasijas de Esteban Bolt, que era alfarero, y no por necesidad, sino por placer; que no trabajaba, sino que más bien jugaba; que no era alfarero por habérselo propuesto así, sino gracias a su propia fantasía”.

“Estas palabras –dijo Tony al final de su ponencia– describen al artista, colega y amigo Jaime Suárez: alfarero de vasijas, esculturas, murales, tótems, barrografías… alfarero también del teatro de Puerto Rico. Gracias, Jaime, por compartir tu fantasía y tu alma de niño”.

"Me entusiasma mucho la idea de venir a trabajar en Puerto Rico y hacer cine acá. Sé que se dará en el momento en que deba de ser. Cuando llegué, lo haré con mucha ilusión"

Tony Chiroldes

 

Siete estrenos, tres festivales internacionales y varios premios después de aquel mayo del 90, Tony simplemente se dio cuenta de que Nueva York siempre había sido una opción en su vida y que deseaba –que necesitaba– probar suerte allá. Aunque en Puerto Rico todo le estaba saliendo muy bien en el plano artístico, reconoció que había llegado el momento de dar ese paso, que no lo podía dejar para después, tanto por su salud emocional como por su inquietud irredenta de búsqueda.

–Había llegado el momento preciso –dice Tony al recordar aquellos días–. Papi había fallecido el año antes y me di cuenta de que la gente se cansa de que todo le quede bueno a uno. Me fui a recargar baterías. Nadie merece estar ‘quemado’ a los 30 años y así me sentía. Los primeros tres meses estuve en un apartamento minúsculo, pagando tres veces lo que pagaría en Puerto Rico. Fue un proceso difícil. Nueva York es carísimo y las audiciones suelen estar seguidas por un “no”, por lo que hay que crear una coraza para que eso no hiera y poder seguir adelante. Esto que hacemos los artistas es una locura, pero una locura deliciosa, porque siempre después de un “no” puede venir un “sí” y ese “sí” te hace seguir.

Instalado en Nueva York, Tony encontró en la locución la manera de tener cierta estabilidad económica y también para darse a conocer. Un contrato con la Lotería de esa ciudad fue de gran ayuda y también el llamado que recibió del Teatro Pregones –de Rosalba Rolón– para audicionar y ser aceptado como parte de elenco de El Apagón, versión musical del famoso cuento de José Luis González La noche que volvimos a ser gente, obra en la que trabajó hasta 1997 a través de varias ciudades del este de Estados Unidos y también en Islas Canarias.

Luego de eso, en 1998, el musical Capeman –con música de Paul Simon– y su estreno en el espectáculo unipersonal de cabaret, Caramba!, nominado por la Asociación de Cabarets de Manhattan al premio en la categoría de Mejor Debut Masculino.

–Nunca pensé que iba a trabajar en un musical y ya he hecho dos –dice Tony en alusión a Capeman y también a In the Heights, de Lin-Manuel Miranda, en el que trabajó desde 2008-. Pero mi verdadera prueba de fuego fue en el show de cabaret, por los desafíos que impone esa intimidad con el público. Siempre es una fiesta para mí la actuación. Me muero si no estoy en el escenario y creo que en esa pasión está la clave para que siempre cada vez sea como la primera, sin importar cuántas veces haya hecho una obra.

Antes de eso –mucho antes de eso, en la infancia– Tony no pensaba en la actuación. Soñaba con ser bombero o astronauta. Luego consideró hacer cine, detrás de la cámara. Fue en la universidad donde descubrió el teatro, mientras estudiaba periodismo, oficio que ejerció hasta principios de los noventa, cuando tomó un taller en Maine y nació también Teatruras.

Con el arte en su ADN como hijo del cantante cubano Tony Chiroldes y de la actriz boricua Vilma Carbia –hermana de Awilda, la madre de Myraida Chaves– Tony explica que a los 13 años de edad se mudó a Miami con su madre quien –divorciada en 1975 de su padre– se casó entonces con el legendario Leopoldo Fernández, “Tres Patines”.

–Aunque siempre había sido “el hijo de Tony y Vilma”, y más tarde “el hijo de ‘Tres Patines’”, desde que me paré por primera vez en un escenario he sabido ser yo, más allá de los apellidos de mis padres –asevera–. Nunca me propuse demostrar nada a nadie… solo ser yo mismo. Nunca me amparé en mis apellidos para entrar por alguna puerta en el arte y así he viajado mi vida, solo así, como lo reconocí desde el inicio, en especial en un lugar como Nueva York, donde nadie sabe quién uno es y lo que se logra es por los méritos propios en una prueba o audición, eso te da poder para seguir.

Con una carrera nunca huérfana de ilusión, Tony señala que siempre lo alienta la posibilidad única de cada momento, su cualidad de irrepetible y que en esa conciencia descansa su certeza para la autenticidad que –espera– recibe de él el público.

–Hay días y hay días, unos mejores que otros, pero nunca lo hago en automático –señala–. Con el tiempo y la experiencia se desarrollan maneras de mantener esa actitud siempre a flor de piel. Yo, por ejemplo, me esfuerzo por descubrir cosas nuevas en mis compañeros en escena, como su manera de mirar, gestos en particular, algún rasgo desconocido hasta ese momento… eso me mantiene muy en sintonía con el momento.

Unido desde hace 18 años con Peter Brown –productor y también actor– Tony valida mi percepción inicial –la de su sonrisa– al asegurar que, del niño que fue, queda en él el deseo inmenso de reírse y de jugar.

–En casa se vive así, con sonrisas, con mucho cariño y esa es la clave de nuestra relación –afirma–. Algo así me pasó con Teatruras, que nació porque me gusta jugar y eso es de alguna manera la actuación. Actuar es en esencia un juego, un ‘make believe’, no es ciencia nuclear. Veo a la distancia a ese niño que fui y digo “¡wow!, mira todo lo que ese niño ha hecho", no tanto por los triunfos, sino por lo que he vivido.

-¿Cómo te llevas contigo? ¿Cómo es la relación de Tony con Tony? –le pregunto.

-Es fuerte, me exijo mucho y he tenido que aprender a no ser tan perfeccionista para no sufrir de más. A veces pienso simplemente “hoy desperté” y eso ya de por sí es una bendición. Tengo una vida. Sueño con seguir haciendo lo que hago hasta el último de los días, gozarme estar aquí, vivo, haciendo lo que más amo, explorado esto en persona. He descubierto un gran placer en intercambiar ideas con los jóvenes e inspirarlos, no solo por lo que yo puedo darles, sino por lo que aprendo de ellos. Me entusiasma mucho la idea de venir a trabajar en Puerto Rico y hacer cine acá. Sé que se dará en el momento en que deba de ser. Cuando llegué, lo haré con mucha ilusión.

Y sonríe, como lo hacía en aquellos días del Blacamán hacedor de milagros.

 

Foto y vídeo: Eileen Rivera-Esquilín

Espacio: Roche Bobois - San Juan

 
 
 

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