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  • Foto del escritorMario Alegre-Barrios

Leonela Alejandro, con la música como cauce


AUNQUE A VECES lo intenta, nunca ninguno de sus recuerdos más remotos es ajeno a la música, como si la vida se le hubiese comenzado a escribir desde antes de nacer, con la tinta de unos genes tan definidos que -más temprano que tarde- convirtieron en certeza lo que desde niña intuyó como destino.

Con una edad en la que decirle que representa ser mayor por la madurez que refleja bien podría tomarse todavía como un halago, Leonela Paulette Alejandro manifiesta ese rasgo lo mismo cuando conversa que cuando pulsa la guitarra, como parte de un caminar en el que desde niña se piensa en un cauce definido por la música.

—La música siempre ha estado... —dice en una charla en el vestíbulo del Teatro del Conservatorio de Música, donde estudia su primer año de guitarra—. Mi papá es músico, trompetista. El mayor de mis dos hermanos toca el piano, además de ser artista visual, y Rolando (su otro hermano) también toca el piano y ya está estudiando en Juilliard.

Aunque aprendió a leer música quizá antes de aprender el abecedario, Leonela dice que en algún momento de su infancia consideró ser veterinaria, por el amor tan grande que profesa por los animales. Las opiniones en el hogar sobre el futuro de la niña estuvieron divididas en aquellos años. Su padre —también llamado Rolando— la veía en la música, una tía en las leyes y su madre…

—Mi mamá como que siempre nos dejó que fuésemos independientes y optó por nunca darnos muchas ideas, para que hiciésemos lo que mejor nos pareciera —explica la talentosa guitarrista de 16 años de edad—. Mi hermano Rolando siempre fue muy firme en decir que quería ser pianista, desde chiquito lo pidió mucho. Cuando él cumplió los 8 años lo metieron a tomar clases y yo empecé también. Me gustaba la guitarra, pero si no hubiera sido por la insistencia de Rolando quizá yo no hubiese seguido este camino.

Claribel —su madre— escucha y sonríe.

—Es que ellos dos siempre han vivido como un equipo —dice ella de Leonela y Rolando—. Si Rolando se mete en algo, convence a la hermana para que se le una. Que si las clases de tenis, que si otros deportes, que si la música…

—¿Peleaban?

—Si —reconoce Leonela—. Nos llevamos 14 meses y chocábamos en muchas cosas, pero nuestras personalidades se parecen mucho y las ideas que tenemos son muy similares y creo que por eso nos llevamos tan bien, aunque a veces peleemos. ¿Qué hermanos no pelean?

-¿Y por qué la guitarra?

—Rolando quería tocar piano, por ver a nuestro hermano mayor. A mí me gustaba la guitarra… pero la eléctrica —explica—. Todos los artistas que veía tocaban la guitarra eléctrica y eso era lo que yo quería tocar. Cuando vi que iban a mandar a Rolando a tomar clases, pensé que esa era mi oportunidad para empezar con el instrumento que yo quería, pero mi mamá me convenció de que era mejor que comenzara con la guitarra clásica. Yo tenía entonces siete años. Me dijeron que me esmerara en tener una base sólida con la guitarra clásica y, si más adelante deseaba cambiar, lo hiciera. Luego de dos años me regalaron una guitarra eléctrica, tomé clases y lleguá a tocar en un conjunto de jazz.

Y quizá Leonela hubiera seguido ese camino de no haber viajado en el verano de 2013 para hacer el famoso internado musical de Interlochen, en Michigan… junto a Rolando, claro, experiencia que fue crucial en la definición que ambos dieron a partir de entonces a sus respectivos caminos, él con el piano y ella con la guitarra.

—En Interlochen pude ver cuán grande es el mundo de la música clásica y, en mi caso, el de la guitarra clásica —señala—. En ese viaje nació una pasión mucho más grande por el instrumento. Me cambió por completo. Un amigo guitarrista que había empezado a tocar desde los 5 años me comentó que ya llevaba diez en eso y que no era su pasión, que ya era como ‘un trabajo’. Pensé en eso y decidí que no quería que me pasara lo mismo, que se necesitaba mucho trabajo, mucha pasión, mucho amor y creo que lo estoy logrando.

Con varios premios y satisfacciones artísticas, entre ellas haber sido solista acompañada por la Orquesta Sinfónica de Puerto Rico, Leonela está consciente del sacrificio inmenso que entraña aspirar a la excelencia artística. Además de las varias horas que pasa estudiado en el Conservatorio, practica su instrumento no menos de 4 ó 5 horas diarias... incluso sábados y domingos.

—Claro que muchas veces me invitan a salir, al cine o algo así, pero pienso que si voy, ese tiempo me va a hacer falta porque debo de estar siempre preparada por si viene una competencia o algún compromiso imprevisto —comenta—. Trato de pensar a largo plazo. Me he dado cuenta de que lo más importante es prepararme ahora para lo que necesite más adelante.

Respecto a sus planes, comenta que aún es un poco temprano para tener una idea clara del camino que tomará, que tiene el ejemplo de Rolando, quien adelantó la escuela superior para poder seguir, tanto así que ya ha comenzado a estudiar en Juilliard.

—Para mí ahora mismo es difícil ver lo que más adelante quisiera hacer —apunta—. Ahora mismo tengo aquí un excelente maestro, Iván Rijos. Llevo mucho tiempo con él y sé que es el mejor que puedo tener, aquí o afuera. Pero sé que llegará el momento en el que me tendré que ir. Puerto Rico es muy pequeño para la guitarra clásica. Cuando se viaja se da uno cuenta de lo que hay allá afuera en cuanto a oportunidades para seguir una carrera.

—¿Eres feliz?

—Trato de ser conscientemente feliz… mi mamá me lo pregunta todos los días —dice—. Sé que tengo que trabajar y estudiar y practicar mucho… lo que más disfruto es pararme en un escenario y tocar para el público.

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