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  • Foto del escritorEileen Rivera Esquilín

Adrián Villeta y su poesía fotográfica


COMO SI SE tratase de un libro, Adrián Villeta ve su vida dividida en capítulos, cada uno con un principio y un final, con unas páginas más memorables que otras, con unos momentos que le marcaron el camino sin darse cuenta y que lo llevaron hasta donde está hoy, dedicado por completo a lo que le apasiona.

Ahora, que tiene la dicha de estar inmerso en la fotografía, se siente “como niño con juguete nuevo”. “Quiero seguir y seguir y seguir… no quiero dejar de hacerlo…”, dice.

Para él es importante poder contar historias. “No tuve el don de las letras y de poder escribir aunque me gusta mucho, pero con la fotografía he podido contar unas historias. Ahora más que nunca, me doy cuenta de que sigo fiel a la esencia del romanticismo, que es lo que me ha distinguido durante los pasados 35 años”, apunta.

Pero, ¿porqué el romanticismo?

Adrián cuenta con mucha nostalgia que, de pequeño pasaba buena parte de su tiempo viendo libros y pinturas renacentistas, así como películas de la época victoriana.

Dice que fue su abuela materna quien “tuvo la culpa” del camino que tomó en la fotografía. Este es uno de sus capítulos memorables. Era muy niño cuando ella le regaló una marioneta a la que luego sumó varias más y comenzó a transformarlas cambiándoles ropa, maquillaje y peinado. Entonces, con la ayuda de su papá, construyó un teatro donde hacía su ‘shows’ con esos personajes que creaba. Más adelante, comenzó a retratar las marionetas, como si “estuvieran posando”.

“Y si te fijas, eso mismo es lo que yo hago hoy día pero con seres humanos. Hago los ‘settings’ con las modelos… eso me marcó, esa es mi esencia. También quería ser pintor, pero no se me dio, no era muy diestro. Hasta que comencé a pintar las fotografías, que no es otra cosa que lo que se hacía en Europa cuando no existía la fotografía en color. Seguí investigando y me preparé para ser artista del retrato, hasta que comencé a pintarlas a mano”, dice Adrián, quien estudió en la Universidad del Sagrado Corazón y en Corcoran School of Arts, en Washington.

Su primera gran oportunidad le llegó mientras estaba en Nueva York, de la mano de Gloria Vanderbilt, cuando fue invitado para exponer 30 retratos en el Huntsville Museum of Art en Alabama. “Eso me hizo sentir validado y ahí me di cuenta que lo que estaba haciendo tenía un sentido”, agrega.

El capítulo más reciente lo escribió con su propuesta de fotos realizada en Cuba, imágenes que fueron expuestas en la tienda Palacios, con ambientaciones trabajadas por Emilio Olabarrieta, de Arquetipo.

“Eso fue un reto y una experiencia única. Una vez logré la visa, armé mi equipo de trabajo y nos fuimos a capturar unas imágenes arquitectónicas divinas. Íbamos en una ‘van'. Veíamos los espacios y nos bajábamos corriendo todos a la vez para crear el ‘setting’, arreglar la modelo, fue maravilloso, con una energía muy especial. Hice una cantidad enorme de trabajo… pero ese instante, esa foto que seleccionas al final, es único, es un instante congelado. Con mi experiencia como ‘stylist’ de la revista Imagen durante tantos años, aprendí a tener un ojo muy crítico”, agrega.

Y esa mirada crítica es la que le permite seleccionar ese momento único que luego pinta en capas. Una vez selecciona la foto final, comienza a pintar con los colores que quiere, aplica una capa, deja secar y luego aplica otra. Para lograr lo que quiere necesita varios días o una semana. “Una vez selecciono la foto que es, ya sé cuáles son los colores que quiero y lo consigo. Tener buen ojo y buena iluminación es crucial, eso también es lo que te pinta la fotografía”.

Ese buen ojo -asegura- lo ha ido puliendo a través de la inspiración que encuentra en la naturaleza. Se levanta todos los días a las 5:45 de la mañana para ver la salida del sol. Ese cambio, entre la noche y el día, es un instante mágico que muchas veces ha fotografiado.

“La naturaleza me da paz para poder pensar y estar enfocado. Muchas de las ideas de los retratos que hago vienen de sueños que tengo. En mis fotos trato de hacer historias, mucha gente me dice que son como una poesía fotográfica”, reflexiona.

-¿Qué te falta por fotografiar?

“He hecho casi todo, pero me gustaría fotografiar más a mi Puerto Rico. Más que nunca quiero seguir fotografiando, quiero seguir creando. Uno nunca puede dejar de aprender, hay que seguir cultivándose”, explica.

Mientras tanto, Adrián armó y diseñó un libro que muestra su trayectoria en fotos para dar a conocer su trabajo la semana entrante en la feria Paris Photo. Ahí lleva sus mejores propuestas fotográficas, muchas de ellas tomadas en su antigua residencia, en donde tenía un amplio jardín francés diseñado por él.

Y de hecho, con su mudanza a un apartamento también cierra un capítulo. Luego de vivir muchos años en esa casa, en donde el jardín francés era sin duda protagonista, se ha ido adaptando a vivir en un apartamento con su pareja.

“Como él es diseñador de interiores compartimos ese gusto por la belleza y hemos logrado combinar estilos, él más moderno y yo, barroco… Aquí tengo mi jardín, aunque en pequeño. Todo tiene su momento, igual que las marionetas tuvieron su momento y fueron el inicio de un capítulo, como en un libro. Ahora, he evolucionado, estoy en un nuevo lugar, donde tengo que estar. Todo es posible y uno siempre se puede adaptar”, termina.

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