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  • Foto del escritorMario Alegre-Barrios

Rafael Enrique Irizarry, 'Otelo' y el lugar más solitario del mundo...


HAY QUIENES dicen que el lugar más solitario del mundo es el montículo del lanzador en el Yankee Stadium, como una metáfora de lo inmensa que puede ser la soledad -y la responsabilidad- en espacios tan breves como ese, en el centro del diamante en un parque de béisbol, lomita que apenas es más grande que… sí, que el podio del director de orquesta.

Así, en esa soledad tan poblada por músicos y cantantes, ha pasado las últimas tardes/noches el maestro Rafael Enrique Irizarry, quien recibió la responsabilidad de dirigir la Orquesta Sinfónica de Puerto Rico en la producción de Teatro de la Ópera de Otelo, la inmensa obra de Giuseppe Verdi que se presenta en dos funciones -esta noche y la del sábado próximo- en la Sala de Festivales del Centro de Bellas Artes Luis A. Ferré.

Director asociado de la OSPR, el maestro Irizarry sustituye en esta tarea al maestro Maximiano Valdés, quien por razones de salud, tuvo que ceder a su segundo de a bordo la batuta para estas dos funciones, tarea que no intimida a quien dedica “a la excelsa María Esther Robles” su ascenso al podio para dar vida a la partitura de Otelo.

¿Qué reflexión haces una vez te enteras de que dirigirás “Otelo”? ¿Estaba en tu radar dirigir una ópera?

“Agradezco tanto al maestro Maximiano Valdés como al maestro Antonio Barasorda la confianza que me ha extendido. No es ésta una ocasión festiva: he llegado a este compromiso sabiendo que se me entregaba con poca antelación un proyecto de gran envergadura y que las razones que impulsaron que esto aconteciese -un percance de salud- no eran auspiciosas. Sobre el tema de Rafael Enrique Irizarry y el mundo local de la ópera podríamos hablar en otro momento. Es por eso que dedico toda esta empresa a la excelsa María Esther Robles, que hace muchos años -en su Taller de Ópera del Conservatorio- decidió que había otro director puertorriqueño con capacidad, brindándome su confianza en varias producciones. Asimismo, en todo momento he sentido la presencia de Justino Díaz, tan pronto como me advirtieron de la eventualidad...".

Antes de saber que sería “Otelo” ¿qué otra ópera te ilusionaba dirigir?

Lohengrin, Der Rosenkavalier y Das Rheingold. Der Rosenkavalier tiene muchas connotaciones para mí, entre otras, por algo que me aconteció con el maestro Otto Wehrner Müller en su seminario en Canadá hace unos años, precisamente en conexión a las obras de Richard Strauss para orquesta y el teatro lírico. El maestro se me acercó en su auto, se bajó de él y me dijo: ‘Para dirigir Der Rosenkavalier, primero te aprendes las palabras y luego la música’. Sin mas se subió a su auto y se fue. Años después, accidentalmente tropecé con una sobrina suya (a quien no conocía) durante la primera visita de la Sinfónica a Vieques. Me había visto dirigiendo el concierto y se preguntó si había estudiado con su tío. Todavía se hace surrealista que tal cosa aconteciese. Felipe Rodríguez, quien es ahora el trompetista principal en la Sinfónica, tocó la Suite de esa ópera en un evento educativo aquí, hace también unos años. Durante un ensayo le dije algo que comenzaba: ‘Un día serás primera trompeta de la Sinfónica…’. Ahora, estamos frente a todo esto”.

Además de la resistencia ¿qué desafíos particulares te plantea dirigir una ópera como “Otelo”?

“Imagino a qué te refieres con lo de ‘la resistencia’. Solo quiero elaborar, porque es pertinente, que la opinión de algunos (no necesariamente maliciosa) es que yo solamente puedo arrancar -mas o menos bien- unas cancioncitas de Star Wars y hacer muecas atractivas durante algunas marchas de John Philip Sousa. No hay la menor duda de que no soy -ni seré- el mejor director orquestal puertorriqueño (eso no puede medirse como se mide una libra de lechón asado), pero es igualmente cierto que tampoco soy el peor. Dicho esto, es natural que me asaltase la duda cuando se me informó que la emergencia comenzaba a configurarse. El maestro Valdés se ocupó -muy responsablemente- de interrogarme detenidamente sobre esto en varias ocasiones, asegurándose de que estuviera plenamente consciente de todas las consecuencias que este asunto podría tener. Lo ponderé detenidamente y perdí sueño, pero no en noches consecutivas. Luego empecé a estudiar, sin desesperarme. Ni el foso de ópera, ni una obra maestra como Otelo me son ajenos. La había tocado varias veces y en mis últimas incursiones sentado en la orquesta, tenía la partitura en el atril con el propósito de entender lo que estábamos tocando; jamás vislumbré que alguna vez pudiese dirigirla y menos aun profesionalmente.

Y continúa…

"Entonces he aquí que el término operante es responsabilidad. Está enajenado el que crea que llegará a una producción como esta a hacer nuevos descubrimientos sobre la hermenéutica verdiana, o de la retroalimentación entre Boito, Shakespeare y Verdi. Tampoco puede convertirse esto en una farsa narcisista en dónde tengo ‘opiniones’ que dar a los miembros del elenco sobre su `interpretación' o hacer ‘exigencias’ al director de escena sobre mi ‘visión’ (¿mi visión? vaya...) de lo que es Verdi para el Siglo 21. Date cuenta que el libreto tiene alegorías que le infunden alguna consonancia cultural con nuestros tiempos: ahí tienes la primera línea de Otelo: ‘el orgullo musulmán yace en el fondo del mar’. Pero al momento en que ya es definitivo mi ingreso a la producción, las abstracciones megalómanas salen del panorama. Reitero, esto es un asunto de responsabilidad: ayudar a la orquesta, ayudar al elenco, ayudar al coro. No soy Ricardo Muti y tampoco James Levine, auténticos genios y maestros consumados de algo que en italiano se llama ‘l'accento verdiano’. Pero tengo un método, unas experiencias y una preparación.

"Ni el foso de ópera, ni una obra maestra como 'Otelo' me son ajenos. La había tocado varias veces y en mis últimas incursiones sentado en la orquesta, tenía la partitura en el atril con el propósito de entender lo que estábamos tocando; jamás vislumbré que alguna vez pudiese dirigirla y menos aun profesionalmente"

Rafael Enrique Irizarry

 

¿Cómo abordas las complejidades que te plantea un Verdi tardío como el de "Otelo"?

Aunque el italiano y el español son lenguas romances, es obvio que hay elementos del ritmo fonético italiano que no son iguales al nuestro. Eso informa las decisiones sobre tempo y articulación. Del mismo modo, Otelo es una extensión de la grand opèra francesa de Meyerbeer, con opulentas escenas corales alla Gounod, orquestación ambiciosa alla Berlioz, y una configuración dramático/estructural evidentemente vinculada al musikdrama sinfónico de Wagner; eso último no tiene caso esconderlo. Es imperativo entender que todas esas influencias son identificables en el Verdi maduro al que nos enfrentamos. Otro reto es la elaborada técnica contrapuntística de Verdi en esta etapa final de su carrera; prácticamente convierte el escenario en cuatro teatros distintos durante los actos segundo y tercero. Es un desafío casi insuperable conseguir que algo del texto cantado se entienda en semejante marco sonoro.

Y agrega…

"Entonces, para preparar esto debes hacerte unas preguntas esenciales. Esas preguntas también tendrán pertinencia en la técnica de ensayo requerida por una producción de estas dimensiones: ¿Qué necesita la orquesta? ¿Qué necesitan los cantantes? ¿Qué necesita el coro? Ese es el punto de partida; luego llegamos a la cuestión medular: ¿Qué necesito hacer para ayudarlos? ¿Es necesario dirigir todo, todo el tiempo? ¿Cuándo debo -simplemente- echarme a un lado y dejar que las cosas sucedan mientras "vigilo el tráfico" entre el foso y el escenario? Estas preguntas solo pueden abordarse si se ha estado "en el fragor de la contienda" tocando, escuchando y observando. También ha sido invaluable asistir a los ensayos de montaje escénico -treinta horas de magistral tarea en ese renglón he presenciado, efectuada por Gilberto Valenzuela. Parafraseo al maestro Müller: ‘¡No se trata solamente de dirigir Otelo! Es conocer La Traviata, Il Trovatore, Un Ballo in Maschera, Nabucco, Rigoletto, el Réquiem’. Hay que entender dónde estuvo y hacia dónde se dirigió Verdi luego del silencio que se autoimpuso tras el estreno de Aïda. No soy perfecto, no lo sé todo, mis soluciones no son las únicas y tampoco son excepcionales: al menos puedo contribuir a que empecemos y terminemos la ópera todos a la vez y a que haya un ambiente de profesionalismo en los ensayos. Los maestros Valdés y Barasorda -artistas con vasta experiencia- me han ofrecido sus consejos, supervisándonos en varios aspectos de este compromiso. Ese es también su trabajo como director titular y productor, respectivamente".

Luego de estos días de ensayo con orquesta, coro y solistas, ¿qué me dices respecto a la viabilidad de preparar una ópera de esta magnitud en apenas dos semanas?

“Es lo que es, y ya me resigné a lo que algunos habrán de pensar, antes, durante y después; es inevitable. No tengo ínfulas con este compromiso: eso me resulta anatemático. También es una imbecilidad ver esto como una posible ‘rampa de despegue’ para otras ‘ambiciones’. Recibí una encomienda. La acometí. Estoy haciendo mi trabajo, precisamente por ubicarse aquí la definición máxima del cargo para el que se me nombró en la Sinfónica. Sé que mi designación para este Otelo se ha discutido en varios círculos decisionales. Respetó eso y lo entiendo. Ofrecí retirarme de este proyecto si el elenco, el productor o nuestro director titular entendían que no estaba rindiendo una tarea profesional. Di mi palabra de salir discretamente. Se me estuvo evaluando en ensayos con piano, escénicos y con orquesta; finalmente se tomó una decisión que me honrará de por vida. Si el maestro Leonard Slatkin tuvo que salir humillado del Metropolitan Opera tras una calamidad acontecida en una Traviata, a más cosas se expone un advenedizo como este servidor. Seguiré estudiando hasta el día de la última función. Eso es todo. No soy agorero ni hablo con Cassandras, tampoco consulto oráculos. ¿Como va a salir este Otelo? No lo sé. Sí testimonio de la solidez del elenco (en varios casos muy experimentado), de la preparación escénica inspiradora del maestro Valenzuela, de la enérgica preparación coral por parte de la maestra Jo Anne Herrero y de una orquesta aventajada que ha sido timoneada sabiamente por su director titular. Como epílogo, te recapitulamos algo que nos brinda comfort en momentos como este: el lugar más solitario del mundo es el montículo del lanzador en el Yankee Stadium".

Y a veces también el podio del director de orquesta, digo yo.

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