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Foto del escritorMario Alegre-Barrios

Justino Díaz: "Lo más grande ha sido el camino"


El camino… sobre todo eso, el camino, en especial el andar, el trayecto. Eso ha sido para Justino Díaz lo más grande, lo más importante de esa vida que todos los días observa a través del tiempo, siempre con asombro y reverencia, siempre orgulloso y agradecido, siempre feliz.

Conversamos nuevamente donde tantas veces lo hemos hecho, de cara a ese mar siempre distinto, siempre igual, donde lo suelen visitar los espíritus de algunos de los tantos personajes a los que dio vida con su portentosa voz. Conversamos porque nunca falta un pretexto para hacerlo, porque siempre hay algo que decir, porque jamás faltan los razones, como ahora lo es el Premio de Honor que este miércoles -mañana- le confiere el Ateneo Puertorriqueño a este extraordinario artista en una ceremonia que se realizará a partir de las 7 de la noche en la Sala de Usos Múltiples de esta institución.

“Llega el momento en el que se comienza a pensar en la inmortalidad o, al menos, en la longevidad”, dice Justino. “Para quienes hemos hecho una vida en el arte y nos hemos destacado de alguna manera, llega también el tiempo de los homenajes, de los saludos. Esto es parte del retiro, parte del final, parte de un capítulo que se cierra y de otro que comienza a abrirse. No lo digo con pesar, sino solo como un hecho… hemos llegado”.

En el caso de este reconocimiento que le otorga el Ateneo, Justino asevera que lo recibe “como un honor muy especial”. “El Ateneo es una institución que tiene ya casi siglo y medio de existencia, fundado por Alejandro Tapia. Tengo entendido que solo trece personas han recibido un homenaje como este, casi todas próceres, figuras de la política, pero en ese grupo está también la Familia Figueroa, así que, en este contexto, no estoy solo”, señala. “Al recibir reconocimientos así, no puedo dejar de pensar que ha habido tantas personas de excelencia en mi campo, artistas que se han destacado, estupendos puertorriqueños. Pienso también en la grandeza de esta isla que, siendo tan pequeña geográficamente, siempre llama la atención en el mundo por toda la gente distinguida que produce. No sé las razones, quizá por la riqueza cultural de tantas influencias en la historia. La diversidad siempre enriquece”.

Momentos de una charla...

Caminante de una esplendorosa carrera que comenzó como solista en 1957 en El Teléfono, de Menotti y tuvo estaciones en todos los grandes teatros del mundo, con papeles protagónicos, estrenos y clásicos al lado de figuras cimeras a lo largo de casi medio siglo, en 1963 Justino ganó las audiciones nacionales del Metropolitan Opera House y tres años después formó parte del elenco que inauguró este escenario como parte del complejo del Lincoln Center, en Nueva York. Asimismo, este inmenso bajo-barítono incursionó varias veces en el cine y la más memorable -sin duda- fue en el Otello, de Verdi, en una producción de Franco Zeffirelli en la que dio vida a 'Iago', al lado de Plácido Domingo.

“Miro ese andar y veo un destello que deslumbra, un camino que me ha dejado tantas satisfacciones, tantos recuerdos bellos, tantas experiencias y vivencias que me han enriquecido artística y personalmente”, comenta con voz pausada. “Somos fruto de muchas cosas... de las circunstancias, de la familia, de la educación, de la cultura. De alguna forma todos somos parte de lo mismo, parte de un todo, parte del cosmos. En ese sentido somos todos iguales. Nadie es mejor ni peor, todos vivimos con nuestras imperfecciones y siempre con la posibilidad de hacer cosas de las que podemos estar realmente orgullosos. Uno debe estar orgulloso de lo que hace, de lo que aporta, de lo que deja como legado. Eso es lo que realmente debe dar orgullo, con satisfacción, sin arrogancia”.

En esta misma línea de pensamiento, Justino asevera que él está totalmente orgulloso de lo que ha hecho en la vida, “muy feliz por lo que he dado, por la huella, por compartir el talento que la vida me dio”, siempre ante el mundo como “Justino Díaz, el bajo-barítono puertorriqueño”, con el gentilicio como la chincheta que en un mapa establece coordenadas. “He tenido grandes ejemplos, grandes maestros, en la música y en la vida”, asevera. “Siempre, sin excepción, todos esos grandes maestros tienen un sentido de humildad inmenso que sabe reconocer lo que valen, pero sin arrogancia. No hablan de ellos mismos, solo cuando se les pregunta, pero no pregonan los logros, no los exhiben como medallas, porque no hace falta”.

"Es un camino que casi, casi te deslumbra, te impresiona tanto que no puedes hacer otra cosa que quedarte quieto, que quedarte callado y arrodillarte para dar gracias ante la riqueza de ese camino, con profunda satisfacción, orgullo y felicidad”

Justino Díaz

 

“En mi caso, lo más grande ha sido el camino, sin duda”, afirma. “Son muchas las ocasiones, muchos los momentos específicos que me han llenando de una satisfacción enorme, pero miro las cosas desde una perspectiva más abarcadora. Miro el trayecto y eso ha sido hermoso, lleno de aprendizaje. Soy afortunado de haber gozado de tanta belleza, lo mismo como espectador que como protagonista. Todas esas cosas se van acercando y ensanchan tu espíritu, tu conciencia, todo lo que se guarda o quisieras guardar, todo que quisieras que nunca se olvidara… eso es lo mas grande”.

"¿Momento específicos?, si muchos -añade-… la inauguración de tal teatro, la presentación en tal lugar, el estreno mundial de tal obra, el compartir el escenario con tales estrellas, cuando canté con el maestro tal… los nombres son tantos y tan grandiosos… pero sobre todo, el camino, eso ha sido lo más grande, lo más importante. Es un camino que casi, casi te deslumbra, te impresiona tanto que no puedes hacer otra cosa que quedarte quieto, que quedarte callado y arrodillarte para dar gracias ante la riqueza de ese camino, con profunda satisfacción, orgullo y felicidad”.

Tras 47 años de una carrera que tuvo que abandonar hace poco más de una década, Justino comenta que con frecuencia la gente le pregunta “¿no te hace falta cantar?”. “Claro que me hace falta, ¡y de qué manera!”, dice enfático. “Casi casi como una persona que camina y de momento pierde las piernas y deja de andar, guardando las distancias, claro y con todo el respeto. Yo sueño aún mucho con ello, con que tengo que cantar pero, como dice el dicho en inglés, ‘you can't never go home again’… no puedes ir para atrás. Se tiene que crecer hacia el interior y canalizar todas esas ilusiones para que no se conviertan en amargura, ni en frustración, ni en resentimiento. Me gusta recrearme en lo que hacen mis hijas, en lo que mis estudiantes logran. Me da un gusto enorme ver que aprovechan su vida en hacer algo que tenga significado y que dejen una huella de bondad y de amor”.

Con un proyecto autobiográfico en forma de libro en proceso, Justino señala que se siente feliz y realizado, pero que la felicidad siempre es algo relativo, si acaso momentos, fugaces, inasibles. “Me siento pleno, con pensamientos muy míos sobre lo que es el futuro, sobre el significado de la vida, preguntas sobre si hay algo después de esto, si hay otras cosas cuando uno muere", reflexiona. "Recuerdo a mi padre… estaba en coma, muy enfermo y despertó. Me tomó la mano, con la cara iluminada y me dijo, ‘Justino, he visto el cielo abierto’, y yo le respondí, ‘papi, por favor, no digas eso’. Estúpido que fui… en vez de decirle ‘¡qué bueno!’, ¿qué viste?, ¡cuéntame!’. Pero no, por el miedo terrible de que Dios me iba a quitar a mi padre”.

“Siempre me arrepentiré -continúa- de no haber dejado a mi padre seguir la conversación. Solo espero que yo también vea el cielo abierto, que yo también tenga esa dicha. No puedo evitar pensar si soy tan buena persona como mi padre. Lo quería mucho, lo admiraba mucho. Hay esperanza. Si eso es así, espero ver ese cielo abierto también, porque pienso, ‘qué falta me va a hacer ese mar, ese cielo, esa música, mi familia, mis amigos, la belleza, Mozart, Beethoven, Bach’. ¿Habrá algo que se equipare a eso? Tal parece que sí, porque el entusiasmo de mi padre era espectacular”.

Habrá otras charlas, sin duda, que ese es el camino, de cara a ese mar que nos mira, a ese mar que miramos, siempre distinto, siempre igual.

Gracias maestro, muchas gracias.

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