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  • Foto del escritorMario Alegre-Barrios

Lo que somos, lo que nos sostiene...


Las tres últimas semanas parecen haber durado tres meses, tres años, tres siglos, como si se tratase de un día larguísimo, casi eterno, sin nombre, siempre el mismo, ahora con sol, luego con estrellas, como decía no hace mucho en una crónica publicada en El Nuevo Día.

Entre la noche del martes 19 de septiembre y la tarde del día siguiente esta isla se hizo más isla que nunca, el mar -ese mar que nos rodea, ese gran océano de agua que descubrió Trump- nos sitió, se hizo abismo y súbitamente nos puso de espaldas al mundo, sumidos en una oscuridad que ni siquiera ese nuevo sol alimentado por la deforestación ha logrado disipar.

Entre ruinas -y aturdidos aún por la embestida del huracán- pronto comenzamos a descubrir lo que siempre hemos sabido que existe, ese otro Puerto Rico, el de los que menos tienen -menos recursos o menos suerte o menos de ambos-, el Puerto Rico que no es área metro, el Puerto Rico del campo, de la montaña, el Puerto Rico de los arrabales, el de los sueños nunca viables, el Puerto Rico eternamente en el pasado, el Puerto Rico dividido entre ser y no ser. Desde entonces -desde esa brutal jornada- cada cual comenzó a vivir la tragedia en un doble registro. Primero, desde el propio, desde ese monologo interno de cada cual, procesando, sufriendo, imaginado, desesperando; segundo, desde la empatía, para empezar, con los más cercanos, con los inmediatos, con la familia, con los amigos, con los vecinos; poco después, con los demás, con los desconocidos, con los desposeídos, con los que perdieron todo, con su desesperación, con su llanto, con su desamparo.

Para los que nacimos en otros lugares y tenemos seres queridos en otras geografías, la pena se expande al palpar la desesperación de los que nos aman desde afuera, impotentes -como los que estamos aquí, claro- para acelerar la ayuda, para hacer menos amarga la pena, frustrados porque las cosas que enviaron no llegan -baterías, abanicos, linternas, medicinas-, abrumados por la noticias que muestran que -a poco mas de tres semanas de María- muy poco se ha avanzado en camino a la recuperación, y ni qué decir esa “normalidad” que comenzó a hacerse pedazos en algún momento de la madrugada del 20 de septiembre.

Ayer y hoy hablé nuevamente con mis padres, quienes viven en Guadalajara, en México. Ellos, con un desconsuelo que parece no tener tregua, por todos nosotros; yo, con una tristeza nueva, desconocida, esa que solo se siente por la tristeza de los que amamos a la distancia.

Mis padres… nos bendicen, nos ofrecen vender lo que sea posible para ayudarnos, se les quiebra la voz. Los imagino. Los he visto llorar antes. Los animo, lees digo que vamos a salir adelante, que esto es lo que nos toca vivir, que somos fuertes y vamos viviendo un día a la vez. Les pido que no lean tantas noticias, que disfruten por ellos y por mí los playoffs y la Serie Mundial, que se quieran mucho y que oren, que ellos creen mucho en eso y los reconforta y les da paz. Les prometo cuidarme. Nos despedimos. Nos bendicen.

Así vamos, así navegamos desde que comenzó este día larguísimo, este día eterno, este día en el que muchos nos hemos confrontado con lo que es realmente importante en la vida, lo que es vivir con poco, con lo indispensable, con lo mínimo, a hacer filas enormes por agua, por comida, por medicina, por gasolina… Mientras, el mundo allá afuera -el mundo detrás de internet- sigue su curso, no se detiene. Los gringos y los norcoreanos con su rollo nuclear, los venezolanos con su hambre y Maduro, los catalanes y sus ansias de ser país, los de ISIS y su fanatismo, cada cual con sus afanes, cada cual con su drama, con su tragedia. Como nosotros, con la nuestra, con nuestras orfandades, con nuestras incertidumbres, con este despertar tercermundista luego de décadas de este cándido imaginar que éramos Disneyworld.

Pero no… somos lo que somos. Esto. País, isla, colonia, Macondo “reloaded” o como sea que deseemos llamarlo. Por nacimiento o -como yo- por elección, porque lo elegí, porque esta tierra y yo nos adoptamos para siempre, para hacernos nada hasta el fin de los tiempos. Tenemos todos un dolor nuevo, un pesar que en 25 días se ha puesto viejo y nos ha hecho bebernos la vida y los sueños en un solo sorbo, amargo, ácido. Pero como les digo a mis padres, a esos señores que tanto amo, a esos señores que tanto afecto me han dado, esto es lo que nos toca vivir, por el destino, inescapablemente, y gracias al ejemplo que Rosario y Mario me han dado, seguiré adelante, sin determe, sin compadecerme, sin pensar que la vida es injusta, solo que la vida ES.

Así voy, así vamos, así debemos seguir. Abrazándo-nos, queriéndonos, amándo-nos, sosteniéndo-nos… Así es que somos, esta es la única manera como podemos seguir siendo… Así es que seguiré siendo… un día a la vez.

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