EL CIRCO ES UN oficio hermoso que, como arte, tiene su lugar en el espacio con el que comparte el nombre, o sea el circo, la carpa. Dentro de ese contexto, el concepto alude a un quehacer noble, digno y cargado de resonancias emotivas con el que todos solemos tener una relación de afecto, respeto y admiración.
Cuando el circo se sale de esos confines y sus protagonistas no son los que lo viven como arte -cuando se hace “circo” fuera del circo y quienes lo hacen son, por ejemplo, políticos y gobernantes- el ejercicio se vuelve algo burdo, patético, lastimoso, ridículo, ofensivo, indignante.
Esto retrata de cuerpo entero lo que ha sido el capítulo más reciente en la larga historia de desaciertos vivida en el Conservatorio de Música de Puerto Rico durante los últimos años, con su “quitaypon” de rectores y ex rectores, su ya añeja, desaparecida y truculenta Junta de Directores y el reciente nombramiento -el 16 del mes en curso- de un nuevo presidente de este cuerpo que ayer por la tarde presentó su renuncia a instancias de Fortaleza, luego del coro de protestas que reclamó al Gobernador su destitución.
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