EN EL PRINCIPIO fue la mancha. Después de más de medio siglo de trayectoria artística, la mancha sigue siendo la génesis en la obra del maestro Rafael Rivera Rosa, quien da un vistazo orbital al camino recorrido y por recorrer a través de la exposición retrospectiva Mirada extendida que será inaugurada el jueves próximo –a partir de las 7 de la noche– en el Museo de Las Américas, en el antiguo Cuartel de Ballajá, en el Viejo San Juan.
Mirada extendida es una retrospectiva de 56 años de quehacer artístico, con obras seleccionadas por el propio Rafa y su esposa Elena De Jesús, con un montaje diseñado por Marlene Hernández. En el Museo de Las Américas se presentan pinturas y –a petición de María Ángela López-Vilella, su directora– una pequeña selección de gráfica. El jueves 7 de abril –también a las 7 la noche, en el Museo de San Juan–, se llevará a cabo la apertura de la exposición que la complementa, con la selección de gráfica, dibujos, carteles y obra digital. Ambas exhibiciones se extenderán hasta fines de octubre próximo como parte del proyecto que incluye un vídeo y un libro de arte con ensayos de Antonio Pérez Ruiz y Teresa Tió, con introducción de Rafael Trelles.
Conversamos hace unos días en su taller, donde en tantas ocasiones lo hicimos desde principios de los 90 –y donde nos reunimos por última vez hace cerca de quince años–, entre obras terminadas y otras en proceso, como si en ese lugar en la segunda planta de su residencia el tiempo no transcurriese y solo fuese una ilusión la manera como cambia la luz sobre su rostro a medida que la charla se mueve a partir del momento en el que Rafa descubrió temprano en la infancia el talismán que poseía en su aptitud natural por dibujar.
–Luego de haber nacido en Comerío, a los cuatro años mi madre nos llevó a mi hermana y a mí a vivir con ella a Nueva York, una ciudad en la que no estaba mi país –dice el maestro–. Recuerdo que en la escuela yo sentía mucha satisfacción cuando los maestros me pedían que dibujara. Yo no sabía lo que yo tenía, pero sabía que lo estaba disfrutando. No olvido una tarde, como a los 9 años de edad. Un primo de mi papá que estudiaba arte comercial me dibujó un sombrero de vaquero a partir de un 8 horizontal. Cuando vi eso, para mí fue magia, porque yo dibujaba lo que veía, pero este hombre me dibujó algo que yo no veía en ninguna parte… lo dibujó desde aquí….
Rafa se toca la sien con los dedos…
–Después me dibujó un barco de vapor, con chimenea, visto desde la proa, y nunca olvidé eso –añade–. De ahí en adelante, todo lo que he hecho, todo lo que he dibujado y pintado ha sido desde la memoria, por una necesidad de hacer esa magia que había visto hacer a ese hombre, como cuando le enseñas una magia a un niño y él se obsesiona con hacerla en todas partes. Creo que esa experiencia es parte fundamental del inicio de esa mirada extendida a la que me refiero con el título de esta exposición. A los 17 años de edad regresé a Puerto Rico cargando como parte de mi equipaje con lo que ese hombre me regaló. Ya desde los 12 años iba solo a los museos… el Metropolitan era mi favorito. Ir a ver arte era para mí tan natural como respirar. Nunca pensé en ser otra cosa que no fuera artista. Mi padre, que era músico y tocó con el Trío San Juan en Estados Unidos, me decía que hiciera otra cosa, que me iba morir de hambre. Su hermana Genara fue quien me crió. Ella fue mi madre. Yo soy lo que ella me hizo y ella nunca se opuso a lo que yo quería ser. Era una mujer con solo tercer grado pero con una sensibilidad extraordinaria.
En 1957 Rafa vio una exhibición de pintores puertorriqueños en el Riverside Museum en la Calle 103, con obras de Lorenzo Homar, Rafael Tufiño y Carlos Raquel Rivera, entre otros.
–Cuando regresé a casa, busqué mis dibujos, los ordené y los guardé en una caja, por aquello de cuidarlos mejor, porque descubrí lo grande de eso al ver la obra de esos maestros. Nos mudamos nuevamente a Puerto Rico en 1959, yo casi ya con 18 años, y conocí a José Rosa, en el barrio Figueroa, al lado de Tras Talleres, en Santurce. Él pintaba y me llevó al Viejo San Juan a conocer a Rafael Tufiño, justo donde estaban todos los que iban a ser mis maestros, la División de la Educación a la Comunidad, la DIVEDCO, y a la Galería Campeche, recién fundada. Ahí conocí a Carlos Raquel Rivera, Tony Maldonado, René Marqués, Pedro Juan Soto… en fin. Domingo García fue mi maestro de pintura, Lorenzo Homar el de grabado. Esa fue mi escuela, como lo fue también el Bar Seda, al que uno iba a darse la cerveza y a escuchar hablar a todos estos grandes maestros. Con el tiempo, poco a poco, comencé a conversar con ellos, porque todos fueron siempre de una generosidad enorme, con sus conocimientos, con sus espacios, con materiales.
Luego de graduarse de la Central High, su padre le pagó clases de dibujo arquitectónico de $25 al mes para que se convirtiese en delineante.
–Yo no quería ser eso, pero algo tenía que hacer para satisfacerlo –recuerda–. Eso duro año y medio… me hice delineante, pero nunca lo ejercí. No obstante, en muchas de mis pinturas del periodo “pop” hay formas geométricas. Ese curso me sirvió de mucho pero nunca como oficio. La época de la Galería Campeche fue muy formativa. Ya era bastante independiente. Por las tardes me iba a pintar con José Rosa en la galería. Dormíamos en un segundo piso de techo bajito. Luego puse mi estudio frente a la Iglesia San José, en la San Sebastián. Expuse en el Ateneo y comencé a hacer grabados con Homar. Tengo una película de mi vida en la cabeza, paso por paso, que no olvido. Para subsistir trabajé en una imprenta y en un centro de artesanía de Fomento Industrial. Me llevaban las máscaras de coco y yo las pintaba a mi manera, no como todos: las ponía en el piso y las chorreaba con pintura. Antes de eso había trabajado en el primer Western Auto que hubo aquí, en la Fernández Juncos, cerca de la parada 18. Eso fue mientras estaba en la escuela superior. Llegaba a las 6 de la mañana para limpiar la tienda.
Y llegó Elena a su vida.
Se enamoraron sin saber que lo estaban. Hablaban en la Universidad de Puerto Rico y comenzaron a gustarse. Eran los inicios los 70.
–Fue una amiga quien, al cabo de un año, le dijo a Elena que era obvio que estábamos enamorados, que se nos notaba… ese fue el comienzo –dice–. Siempre encontré en ella un ser inteligente, de mucha sensibilidad y con una capacidad enorme de escuchar. Al reconocer que efectivamente había algo más que amistad entre nosotros, el enamoramiento fue de mucha pasión y esa pasión todavía está. Somos como novios, siempre estamos juntos, siempre tenemos de qué hablar. Lo primero que hacemos por las mañanas es darnos un abrazo y antes de dormir también. Siempre. He aprendido mucho de ella… es un ser que ha ayudado a muchas personas. Elena tiene una maestría en Consejería y es un ser que me ha hecho ver cosas que yo no quería ver, por ejemplo, ser maestro de arte. Yo quería ser artista y eso lo estaba siendo en el Viejo San Juan, pero llegó el momento en el que tenía la necesidad de enseñar y yo no lo reconocía. Elena se dio cuenta y me dijo que yo era un maestro, que debía estudiar. Y lo hice, primero arte, en la Universidad de Puerto Rico. Cuando pasó eso, yo ya era pintor y mi obra ya se conocía. Hice mi bachillerato en seis años, entre el 80 y el 86. En el 87 Elena y nuestra hija se fueron dos años conmigo a Nueva York, para que hiciese mi maestría en Pratt Institute. La acabé en el 89 y en ese breve lapso crecí mucho y maduré lo que quizá me hubiese tardado 15 años.
De regreso Rafa comenzó a enseñar en el Departamento de Bellas Artes de la UPR con una plaza probatoria y 16 años después se retiró de esta labor mientras era catedrático asociado.
–Todo esto gracias a Elena… ella es mi centro y mi ángel guardián –asevera–. La vida ha sido muy generosa y eso se lo hemos pasado a nuestros hijos. Elena ya tenía dos hijos que crié con ella.
Entre la figuración y la abstracción…
Rafa afirma que es un pintor que evade las etiquetas.
–Cuando empecé a hacer pintura figurativa, comencé manchando –explica–. Nunca dibujé para luego darle color a eso, no. Siempre he partido de la mancha. No comencé con el concepto de la prefiguración de la imagen, planificada, esbozada. Esto lo aprendí de Domingo García. Mancho la tela y comienzo a pintar, así fue como arranqué con la figuración expresionista. Toda mi pintura figurativa es así. Llegó un momento en el que me di cuenta de que eso era natural en mí y entonces decidí experimentar a ver qué pasaba si no daba paso a la figura y me quedaba en el trazo gestual. Liberé la brocha y reconocí otro lenguaje, a dejar el brochazo como sale, tal y como se da en el momento en el que ocurre. Así descubrí el lenguaje de la abstracción expresionista, muy gestual, aventurándome dentro de valores formales de la pintura como la composición y la jerarquía.
–¿Qué reflexión haces en este momento de tu vida luego de un recorrido tan largo en el mundo de arte?
–MI vida ha sido un camino de mucha satisfacción donde los llantos se han mezclado con las risas, la tristezas con la alegrías. Un viaje de crecimiento en el que me he ido convirtiendo en lo que quiero ser. Cuando me llegue el momento de partir, me iré, pero me quedó. Mi vida ha transcurrido de una manera tal que, cuando sea la hora, me iré con una tranquilidad absoluta, aunque –claro– yo quisiera seguir aquí, porque sigo descubriendo, porque me sigo construyendo…
La vida siempre es una obra en proceso, nunca la veremos –ni aun pensando que hemos acabado– como una obra terminada. Y nos estamos enamorando constantemente del proceso…
–Se queda lo que se queda… porque eso es lo que ha sido siempre, como ley de vida –añade–. Me siento muy satisfecho, no solo de lo que he hecho, sino de estar y seguir haciendo. La mirada extendida es lo que me ha llevado a estar siempre en movimiento, es esa necesidad de seguir encontrando, de seguir entendiendo. Esto tiene que ver con un principio de insatisfacción, de querer más, de aprender más, de descubrir más, esa es mi mirada extendida, la que he tenido siempre y la que tendré hasta el último de mis días. Voy a seguir haciendo mejor lo que mejor se hacer, no importa lo que ocurra. Nadie me va a detener, aunque sé que hay por ahí personas esperando a que deje de hacer lo que hago, porque viven con la mentalidad de la competencia, pero no será así.