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Foto del escritorMario Alegre-Barrios

“Ida y vuelta” en la UPR: elocuente espejo de nuestra realidad


DE ALGUNA FORMA todos somos migrantes, quizá por el solo hecho de abandonar el vientre materno y llegar al mundo desde no sabemos dónde, como parte de un tránsito –largo o corto– al cabo del cual habremos de morir, tal vez en un lugar distinto de aquel en el que iniciamos el camino.

La reflexión viene al caso como ejemplo de uno de los tantos fogonazos que detonó en mi interior el privilegio de ver el pasado domingo el montaje casi terminado de la exposición Ida y vuelta: experiencias de la migración en el arte puertorriqueño contemporáneo, que será inaugurada hoy martes a partir de las 7 p.m. en el Museo de Historia, Antropología y Arte de la Universidad de Puerto Rico, en Río Piedras.

Destilado del proyecto "El arte puertorriqueño en los recientes flujos de la diáspora" –concebido y articulado por las profesoras y doctoras Laura Bravo e Indira de Choudens– esta exhibición que permanecerá desplegada hasta principios de agosto próximo, consta de obras de 18 artistas en disciplinas como fotografía, pintura, grabado, instalaciones y vídeo, entre otras. Ese elenco está integrado por Abdiel Segarra, ADÁL, Anabel Vázquez, Anaida Hernández, Antonio Martorell, Brenda Cruz, Carlos Ruiz-Valarino, Edra Soto, John Betancourt, José A. Ortiz Pagán, Marta Mabel Pérez, Mónica Félix, Nayda Collazo Llorens, Norma Vila Rivero, Osvaldo Budet, Pedro Vélez, Quintín Rivera Toro, Víctor Vázquez y Máximo Colón, con Francisco Oller y su Velorio como invitados.

Esa visita dominical se reveló como un inesperado honor luego de que la conversación con la doctora Bravo –curadora de exposición, con la colaboración de Donald C. Escudero Rivera– derivase en un recorrido guiado –con ella como faro e intérprete– a través de sus diversas áreas: “Una aventura arriesgada”, “Un lúgubre triángulo: crisis política, económica y social”, “Espacios intermedios entre la geografía y la memoria”, “En constante desplazamiento” e “Identidades desplazadas”.

El primer atisbo de lo que adentro del Museo encontraría me lo dieron a la entrada Víctor Vázquez y Carlos Rivera quienes –afanosos– se esforzaban por alinear sobre una carretilla y en perfecto equilibrio doce maletas, coronadas por un caldero y una sombrilla, instalación de Víctor titulada King of the Road, como una de las metáforas de esta fuga en masa que ha creado una nueva diáspora puertorriqueña, mayormente en diversas regiones de estados como Florida y Texas.

–Todo esto tiene su origen en un proyecto de investigación por la solicitud de una beca que la profesora Indira de Choudens y yo pedimos al Decanato de Estudios Graduados en Investigación –explica la doctora Bravo frente a El Velorio–. Ese proyecto se titula “El arte puertorriqueño en los recientes flujos de la diáspora”, lo que ya da una pista de que lo que nos interesa son los movimientos migratorios de hoy. Esa beca se aprobó en el 2014 y ya desde el 2013 esta ola migratoria comenzaba a dar señales de lo dramática que se ha convertido.

La doctora Bravo –profesora del Departamento de Historia del Arte de la UPR e investigadora– señala que la alarmante dimensión que ha adquirido ese flujo ciudadano hacia Estados Unidos estimuló su curiosidad y la de su colega De Choudens.

–Nos damos cuenta de que Florida se ha convertido en un destino importante para los puertorriqueños que emigran, como en los 50 y 60 fueron Chicago y Nueva York –apunta–. Este proyecto no es sobre la diáspora en general, es sobre los artistas que se han ocupado de reflexionar en su obra sobre esta realidad. Los historiadores del arte convivimos mucho con los artistas y nos damos cuenta de que en la mayor parte de los casos ellos no se van por motivos económicos, como lo hacen otros profesionales –los médicos o los ingenieros, por ejemplo, que se van porque encuentra mejor retribución económica y mejor calidad de vida– sino que lo hacen por inquietudes culturales y educativas, porque aquí no encuentran los programas graduados en Bellas Artes necesarios para seguir. Se marchan a estudiar maestrías o directamente a ver otras maneras de hacer arte y conocer otras culturas.

Asimismo –explica la doctora Bravo– hay otros artistas que participan en la exposición que no se fueron de la Isla recientemente, sino que lo hicieron incluso antes de ser artistas, como es el caso de Máximo Colón, “quien más que emigrante es un exiliado, que se fue siendo muy niño porque su familia se marchó a Nueva York”.

–Una parte importante de este proyecto está cifrado en entrevistas, grabadas en vídeo por Carlos Ruiz-Valarino, con una serie de preguntas iguales y específicas que contextualizan de manera muy elocuente la realidad de cada artista –añade–. Algunos de ellos no se consideran migrantes, porque nunca se han ido del todo, sino que van y vienen. La migración de los 50 y 60 era casi solo de ida, pero en general los que se van siguen teniendo “un pie” en Puerto Rico, muy pendientes de la Isla, deseando exhibir aquí y trabajan en ambas orillas. Hay quienes regresaron y siguen exhibiendo en las ciudades de Estados Unidos donde alguna vez residieron, como es el caso de Quintín Rivera.

Con un catálogo que es en sí mismo una obra de arte –con iluminadores ensayos de la propia doctora Laura Bravo, así como de Jorge Duany, Quintín Rivera Toro y Brenda Cruz– Ida y vuelta representó para su curadora “un complicado proceso de selección”.

–Fue muy arduo todo el proceso… no se trata de una exposición sobre los artistas más relevantes que han emigrado, sino de cómo se representa la migración en la obra de varios de nuestros artistas –ilustra la doctora Bravo–. Sí, el foco es la migración puertorriqueña, pero al ver estas obras se percibe la migración desde una perspectiva más universal. Es como pensar en la obra de Picasso... uno no solo ve ya la Guerra Civil Española, sino también el dolor de la guerra, de la barbarie. O ver esta obra –dice señalando la pieza de Anaida Hernández– que nos habla específicamente del “Sueño Americano”, pero que nos remite también a las ilusiones, a las fantasías que todo migrante tiene respecto a que lo que le espera va a ser mejor.

Concebido y orquestado como un proyecto interdisciplinario en el que no solo han trabajado historiadores del arte, sino también historiadores y antropólogos –“como Jorge Duany, quien ha sido una parte cardinal en este proyecto por lo que ha aportado y por lo que hemos aprendido de la migración puertorriqueña a través de él”– Ida y vuelta ha tenido en la validación una de sus facetas más gratificantes para la doctora Bravo.

–Desde mi perspectiva, una de las partes más hermosas de este proyecto ha sido leer tanto de la migración y darme cuenta de cómo estas obras ilustran y validan todo lo que he leído de parte de historiadores –asevera la profesora, oriunda de España, específicamente de Madrid, y quien llegó a Puerto Rico hace trece años–. La historia y la teoría de la migración nos dice que los que emigran lo hacen porque buscan una vida mejor, sino sería un exilio. En la migración está de alguna forma la búsqueda del pan, de la tierra prometida.

–Y tú, ¿migrante o exiliada? –le pregunto.

–Yo creo que soy migrante y que los sueños con los que vine se me han mantenido –apunta–. Cada una de estas piezas es universal porque provoca una reflexión desde la experiencia de cada cual, nos estimula a pensar en uno mismo, en la familia, en los amigos porque, o somos migrantes, o tenemos cerca de alguien que ha vivido la experiencia. Ese es uno de los poderes del arte, que nos expresa y explica mediante metáforas una realidad que, de lo universal, nos habla de lo individual.

Comienza entonces el recorrido guiado y, con él, las revelaciones, las confrontaciones. Y a partir de esos encuentros con las experiencias de varios de nuestros artistas con la migración, reflexiono en los casi cuarenta años que llevo en Puerto Rico como inmigrante en una tierra de emigrantes. Mientras escucho a Laura, corroboro y aprendo –desde la certeza, desde el asombro– y comprendo mejor por qué en esta Isla somos y estamos y pensamos y sentimos de la manera como lo hacemos, como si esta nueva ola migratoria que nos erosiona fuese una suerte de reflejo en un estanque que nos obliga a mirarnos a nosotros mismos y a los que nos rodean.

“Aunque el marco de la presente exhibición delimita con nitidez la migración puertorriqueña, especialmente la que desde los años más recientes ha mermado drásticamente la población de la Isla, y siempre desde la óptica de la producción visual contemporánea, cada etapa en este recorrido descubre un valor indiscutible que comparten las obras de arte de relevancia histórica: la capacidad de trascender las referencias locales y el contexto temporal concreto a los que uno alude, para convertirse en espejo universal en el que pueda verse reflejada la experiencia de otros espectadores”, escribe la doctora Bravo en uno de sus ensayos en el catálogo.

La Universidad de Puerto Rico vive un momento crucial en su historia, en la víspera de un paro y ante un abismo de incertidumbres. Coincidencia o destino –no sé– pero pocas veces una exposición ha sido tan pertinente con su entorno y tan pródiga en resonancias emotivas como Ida y vuelta: experiencias de la migración en el arte puertorriqueño contemporáneo.

No se la pierdan.

 

En la foto superior, la doctora Laura Bravo -curadora de la exposición- junto a la obra "King of the Road", de Víctor Vázquez.

 

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