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  • Foto del escritorEileen Rivera Esquilín

Javier Martínez: “Soy un niño que sigue soñando”


LE ENCANTABA pintar y soñar. Recuerda que hacía dibujos y paisajes en su clóset, alimentando así esa vena artística que lo ha llevado hasta donde está hoy. Próximo a cumplir 30 años de exitosa carrera en el campo de la ambientación y decoración de eventos, Javier Martínez asegura que su disciplina ha sido fundamental en el proceso.

“Creo que pintaba mi futuro, porque siempre soñaba con tener una tiendita. Siempre me mantuve en eso y mi familia siempre me apoyó y me llevó hacia eso. Tomé clases de pintura, de saxofón… llegué a tocar en la Banda Municipal de mi pueblo, Juana Díaz. Me encantaba todo lo que fuera bonito, los sonidos, el arte, siempre me manejé en eso y lo logré”, señala el propietario de la firma Akua.

Y aunque empezó a estudiar arte en la Pontificia Universidad Católica de Puerto Rico, en Ponce, también lo hizo en contabilidad, para “entender mejor cómo manejar su futuro negocio”, pero la realidad es que no terminó esa carrera, se impuso el arte.

Comenzó a dar pequeños pasos, como trabajar en la creación de vitrinas. Empezó en Ponce, en la tienda Armstrong que vendía piezas muy elegantes, como vajillas, antigüedades y ropa. “Esa fue la clase más importante que tuve, no fue en la universidad, fue en la primera tienda que trabajé. Luego, hice otras como JCPenney y González Padín. Pero surgieron otras cosas. Como cuando me pidieron que hiciera un arreglo de flores para un festival de novias. Era hacer algo con mis manos, algo que nunca había hecho, pero me atreví”, cuenta Javier en entrevista realizada en su hogar.

Y a partir de entonces, no ha parado. Al día siguiente, y gracias a ese arreglo floral, le comenzaron a pedir la ambientación de bodas y fiestas, algo que tampoco había hecho antes, pero en lo que también se arriesgó. Un año después ya había establecido su negocio en el casco urbano de Ponce, llamado Martínez & Ramírez, donde estuvo cerca de siete años.

“Todo me inspiraba, las casas antiguas, los soles truncos y las antigüedades. Seguí estudiando, comencé a viajar a Estados Unidos y a comprar libros, porque quería prepararme mejor. Soñaba con más y en el sur estaba un poco limitado, así que me mudé a San Juan y abrí Ánfora, en el Viejo San Juan. Allí estuve como ocho años y era una tiendita fabulosa en la que hasta mariposas teníamos, con unas vitrinas espectaculares que la gente paraba a mirar. La gente ya respetaba mi trabajo y comencé una nueva etapa, la de ser más grande todavía y entonces surge Akua”, comenta.

Para ese tiempo los gustos y las tendencias habían cambiado y Javier se inclinó entonces por un concepto más limpio, japonés y de vanguardia. De eso van ya 12 años y en el camino, se unió a su socio -y compañero- Rafael López, quien se encarga de la parte administrativa y trae a la mesa una serie de ideas que Javier describe como “fabulosas” y que -entre otras cosas- los llevó a crear The Lounge, su otra compañía que se dedica al alquiler de piezas para la ambientación de eventos.

"A mí me encanta ver gente joven empezando, haciendo cosas bellas, esos son los sucesores porque yo no voy a hacer esto toda la vida. Me disfruto mucho cada detalle de lo que hago y me queda mucho por hacer. Yo no miro lo feo, no me gusta contaminarme con lo que no quiero”

Javier Martínez

 

“Quise ayudar a la gente para que pudieran alquilar el equipo que yo usaba, porque yo no soy el único que las necesita. Sobre todo, porque hay muchas cosas ‘high-end’ que no se consiguen en Puerto Rico pero que yo tenía. Llevamos 10 años con esa propuesta y nos ha ido súper bien”, dice.

Así las cosas, se encuentran habilitando un hangar en el que van crear una especie de ‘showroom’ en el que tendrán más servicios y en donde los clientes podrán ver todo el inventario disponible a través de diferentes niveles.

“Vamos a llegar a otros mercados como el Caribe y Estados Unidos. Ya es hora de salir, será más trabajo, pero lo haremos con una nueva estructura de negocio, con otros profesionales puertorriqueños que nos pueden ayudar en los diferentes mercados. Esto ha sido una bola de nieve esperada. Soy bien disciplinado, estructurado, el que me conoce sabe lo luchador que he sido, las batallas que he dado para llegar a donde estoy, así que al igual que yo lo logré, si tienes talento en algo, cualquier oportunidad es buena para crecer y ser grande. Vengo de una familia humilde y pude hacer lo que quería, no necesariamente hay que tener dinero para lograr las cosas. Creo que la mejor prueba es esa, que cuando se trabaja con el corazón eso te hace más grande”, apunta.

Pero Javier no se detiene ahí. Tiene muchos planes -más bien sueños- en agenda. Recuerda que sus padres le enseñaron eso, que nunca se quedara esperando por algo, que siempre fuera por más. Está convencido de que este año y el próximo van a ser decisivos en su vida y su marca.

Si fuera a dedicarse a otra cosa, dice que, haría jardines. Eso lo aprendió también de su papá y ya ha ido practicando un poco con las plantas de su hogar, tanto en el de la ciudad como en el del campo, donde se escapa cada vez que puede y donde -asegura- es muy feliz. “Allá solo escuchas los pajaritos y el río…”.

“Si no disfrutas lo que haces, no puedes seguir adelante. Mi familia siempre me apoyó y mi inspiración era -como buen hijo- demostrarles que yo podía lograr todo lo que quería. Quería ayudarlos y lo logré. Es como cuando trabajo con un cliente, lo que más me inspira es que voy hacer todo lo posible para hacerlo feliz. Esa es la satisfacción mayor. Hacemos más de 60 bodas al año, así que imagínate, son muchas familias contentas, muchas generaciones con las que he trabajado”, apunta.

Y aunque cuenta con un equipo de 156 empleados, no deja de estar presente en cada uno de los proyectos. Lo observa todo, es muy detallista, mira hasta el último detalle. Dice que siempre se pone en los zapatos del cliente más exigente del mundo, para poder identificar cualquier detalle que pueda estar fuera de lugar.

“Siempre pido opinión de Rafael y también de otros de mis empleados. Es bueno que haya otros ojos, porque el buen gusto es elegancia, saber dónde parar, ese es un don que no tiene mucha gente. Es una línea bien fina”, recalca el empresario, que disfruta más las ambientaciones que son temáticas.

Cuando habla de cuidar los detalles es literal, aún después de haber iniciado el evento. Cuando asiste a alguno de ellos, parece que “anda limpiando las mesas”, pero es que está cuidando que los manteles, sillas o accesorios no se salgan de lugar. En fin, que asegura es difícil disfrutarse una fiesta porque no se desconecta.

“Mis clientes saben cómo soy. Muy humilde, un niño que sigue soñando. Me gusta la simpleza, ayudar a la gente, me disfruto que mis empleados estén bien, que si yo estoy bien, ellos también. Eso es clave para tener éxito en la vida, tener la apertura de poder compartirlo todo, eso te hace bien grande”.

¿Cómo ves la competencia?

“Siempre he dicho que sin competencia, el negocio no crece. Nunca me he visualizado como el único en la Isla. Hay que tener la madurez y saber ganar o perder, competir y sufrir, porque eso viene con el paquete de tener un negocio. Pero es bueno, porque así yo aprendo de ellos, ellos aprenden de mí… A mí me encanta ver gente joven empezando, haciendo cosas bellas, esos son los sucesores porque yo no voy a hacer esto toda la vida. Me disfruto mucho cada detalle de lo que hago y me queda mucho por hacer. Yo no miro lo feo, no me gusta contaminarme con lo que no quiero”.

 

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