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  • Foto del escritorMario Alegre-Barrios

Carlos Vega, una vida en pos de respuestas


TODOS LOS DÍAS se lo pregunta. ¿Para qué? ¿Para qué estar aquí, para qué la vida? Y todos los días inventa respuestas que le permiten continuar alimentando las dudas e intentando certezas.

Conversamos hace poco en el escenario del Teatro Braulio Castillo, en Bayamón, charla que de alguna manera ambos nos debíamos desde hace al menos veinte años, cuando la inercia comenzó a mantenernos un poco a la distancia, pero siempre con algunas señales en las que nos reconocíamos para mantener la conciencia de la existencia del otro, en una amistad que comenzó en el prólogo de La Guagua, una de las primeras obras que Carlos Vega escribió temprano en los 90 y que puso de manifiesto su fibra como dramaturgo.

Consolidado como escritor teatral con una cargada agenda, Carlos se recuerda como un niño que desde la cuna comenzó a vivir el mundo como si fuese un teatro, en su Isabela natal, desde la seriedad del juego, imaginando historias para cada cosa que en lo doméstico le mandaban a hacer. Ya en la escuela superior trabajaba en todas las obras que montaban sus maestras de español. Era lo que más le gustaba, asegura. Luego de eso, su vida tomó un giro inesperado. Se casó muy joven, tuvo su primer hijo que ahora ya tiene 25 años y por un tiempo se alejó de esa pasión el teatro.

Con el tiempo supo de unas audiciones para ingresar a la Academia de Ofelia D’Acosta. Algo se sacudió en su interior y vino a San Juan para ver qué podía pasar con su vida. Durante un año completo viajó desde Isabela al área metropolitana para tomar clases de actuación y más tarde viajó a México y otros países para participar en talleres.

–Y desde hace al menos veinte años ya no tengo más memoria que ésta –dice–. Toda mi memoria está en el teatro, casi desde que nos conocimos, en la entrevista que tuvimos por La Guagua, una obra que ganó el premio del experimento del año de parte del Círculo de Críticos de Teatro. Fue algo muy chévere y atrevido.

El descubrimiento de la dramaturgia como pasión comenzó a fraguarse a través de sus dos hermanos mayores, uno de ellos con un bachillerato en literatura y ambos lectores voraces, quienes se convirtieron en las figuras masculinas referenciales para Carlos porque su padre murió cuando él tenía apenas cinco años.

–Ellos me ponían condiciones para dejarme salir a jugar –recuerda–. Por ejemplo, leer un capítulo del Quijote… ya en octavo grado lo había leído completo, gracias al mayor de mis hermanos y se lo agradezco. En cuarto año de la ‘high’ fui invitado a ofrecer una charla y recuerdo haberla dado sobre Juan Salvador Gaviota, el libro de Richard Bach… Esa provocación por escribir me viene por la lectura. Lo primero que escribí para teatro fue la obra Aquí no ha pasado nada, que se hizo en una casa, con solo veinte personas, y surge por un compañero actor, compadre, casi hermano, que ahora está en México, Luis Roberto Guzmán. Antes de irse me dijo que montáramos una obra, que acabara esa que estaba escribiendo y que ese sería su regalo de despedida. Hicimos esa obra, quedó muy bien, y ahí empecé a verme como dramaturgo, aunque hasta entonces lo que a mí me interesaba era ser actor. Desde entonces no he parado de escribir.

Reitera que la gente piensa que lo que más le provoca es escribir y en realidad lo que más le seduce es seguir actuando. Dice que los jóvenes se sorprenden cuando lo ven actuar y piensan que eso es algo nuevo en él, pero no, ese fue su primer amor en el teatro y de alguna manera lo sigue siendo, aunque escribir también le da un placer inmenso.

"Esto quizá sea una ilusión, un teatro, una buena farsa… pero creo que la respuesta puede ser que el silencio en el Universo es demasiado y hace falta este ruido que nosotros hacemos mientras vivimos"

Carlos Vega

 

Carlos escribe muchos textos por encargo –hay que vivir, mantener una familia–, textos “bastante comerciales” –y hace énfasis en el ‘bastante– pero recalca que, al menos dos veces al año, escribe par de obras “serias”, en las que se permite decir cosas que considera importantes para y él y para el país.

–Para una gran masa del público soy Carlos Vega, el escritor del “Molusco” –como se conoce comúnmente a Jorge Pabón, quien mantiene un programa de radio con una vastísima audiencia y que también ha incursionado en el teatro y en el cine– pero para mucha gente también soy un dramaturgo que dice cosas serias, cosas dignas de reflexionar.

Caminar el país desde la dramaturgia ha sido para Carlos un camino sinuoso, de mucho aprendizaje y también de una constante reflexión desde una mirada siempre crítica de lo que somos como sociedad, lo mismo en aquel arranque con Aquí no ha pasado nada, en el que elabora en torno a la masculinidad, a los miedos, al abuso infantil y al arquetipo del “macharrán”, que en una pieza tan reciente como Me quitaron la casa, que hizo con Carlos Esteban Fonseca, como los mismos “macharranes” de hace veinte años, pero transformados por el paso del tiempo y, sobre todo, por los cambios de país.

Sin embargo –asevera este “existencialista empedernido, aunque no esté de moda” – sus personajes más logrados son las mujeres, porque su “lado femenino” está muy presente por venir de una familia matriarcal, en la que su abuela Ramona era “una mujerona”, de la misma manera que lo sigue siendo Rosa Nereida –su madre– “ambas mujeres muy duras y a la vez con la sensibilidad a flor de piel, muy amorosas… con garras para defender lo suyo y a los suyos con el alma”.

Y hablamos de los estereotipos, porque Carlos escribe con frecuencia –como dijimos antes– obras populares, comedias para que el público se ría, para que olvide durante un par de horas lo espinosas que pueden ser sus propias vidas. Abordamos el tema sin perder de perspectiva que las generalizaciones son odiosas, que hay personas que son asiduas a conciertos de música clásica, que no faltan a misa los domingos y que son realmente siniestras, de la misma manera que hay quienes van a ver 'vodeviles' picantes –y pródigos en palabras enfáticamente populares, por supuesto– que son personas de bien.

–En ese ir por la vida haciendo equilibrio entre lo que tú crees y sientes que debes de escribir desde la conciencia y lo que tienes que crear para "cuadrar caja" al final del mes… ¿Cómo ha sido luchar contra las etiquetas, contra el encasillamiento, contra el estereotipo? ¿Cómo has encontrado valor en lo que se considera “masivo”, “ligero” y “frívolo"?

–Coexisto en esos dos mundos y ha sido maravilloso –afirma–. El teatro debe ser un espejo y en mi caso lo es. Esa gran masa me ha enseñado cosas que yo no sabía, me ha dado cosas que yo no tenía. Esas personas han sido capaces de demostrarme que son tan capaces de enseñarme como yo de aprender. El mundo del teatro es doloroso y me explico: es inconcebible que un actor que sabe lo difícil que es vivir de esta pasión me señale porque escribo cosas para el “Molusco” y para otras personas también, cuando en realidad lo que he decidido es vivir de lo que amo, de una manera digna, que es lo mismo que ellos aman. Yo soy incapaz, te lo juro, de juzgar a un compañero artista.

En esa misma línea, Carlos añade que haber estado tan cerca del pueblo le ha dado muchas historias para cosas que quiere escribir y que el público ha comenzado a conocer al Carlos Vega que desconocía, porque han ido a ver las otras cosas “más serias” que escribe.

–En estos momentos muchos se preocupan en señalarnos, cuando deberíamos unirnos –dice–. Para mí eso del “buen” y el “mal” teatro es algo que está pasado de moda. Para mí el mal teatro es el que no se hace. Para mí es una gran noticia que en una barriada de Caguas un grupo de jóvenes esté haciendo teatro, de la misma manera que es una buena noticia que el “Molusco” haga quince funciones, porque es una fuente de empleo para muchas personas, no solo los actores, y también porque el público está yendo al teatro, así de simple.

Nuestro país, con tantos “escandalizables” de doble moral, con dos varas, que se ofenden por un coño y un carajo y sin embargo defienden a políticos deleznables y perpetúan los estilos que tanto daño han hecho al país. Esto es lo realmente obsceno, como lo es también, por ejemplo, tener en televisión –y en horario estelar– a un ex legislador corrupto y convicto, opinando como un inmaculado hermano de la caridad sobre escándalos tan vergonzosos como los que lo llevaron a él a la cárcel.

Este quehacer profuso de Carlos ha estado aparejado recientemente por su popularidad en las redes sociales, en especial en Facebook, espacio al que entró un poco empujado por su esposa –la actriz Naymed Calzada– y por su hijo Carlos.

–Ellos insistieron y he descubierto en eso un juego, otra dimensión –apunta–. Es como tener vidas paralelas y eso, como un juguete, me seduce. Por un lado está uno de los personajes, llamado “El Canalla” y que ha desembocado en La guía del canalla, un libro que ya viene por ahí. También está lo de las transmisiones en vivo en Facebook, que hago como yo, como Vega, serio, reflexivo, que comencé hace unas semanas todas las mañanas, gracias al estímulo de Lizmarie Quintana, quizá como un laboratorio para el 'stand up' o unipersonal que quiero hacer y que estoy pensando detenidamente porque, aunque no me creas, soy un tipo muy angustiado y mi humor es pésimo.

Carlos describe su relación con él mismo como de “amordio” –amor y odio– en la que se permite muchas cosas y en la que ha aprendido a “pasarse mucho la mano” porque siente que ha aguantado “bastantes golpes y ya es hora quererse más”, todavía con “muchos demonios por resolver”, pero “como dice Nietzche, hay que tener mucho cuidado y no expulsarlos a todos porque en el proceso podrían irse algunas de las cosas buenas que cada cual tiene en su interior”.

–Soy un tipo que está tratando de hacer las paces, no solo conmigo mismo, sino con los demás, con el país, con la cotidianidad, con la vida –asevera–. Quiero tener alianzas de amor y de paz con la gente, ya no quiero pelear. Este país no aguanta más peleítas, cuando en Siria está muriendo tanta gente inocente todos los días sin saber realmente por qué. Cada noche es la reflexión final que me hago. En una etapa de mi vida fui muy duro conmigo y eso me hizo ser muy duro con los demás, ya no quiero eso.

Y menciona a sus hijos como “las mejores noticias” de su vida, Carlos, de 25; Gabriel, de 19; y Sol de seis meses. Y reflexiona en su paternidad.

–Siento que a los dos primeros les fallé mucho –reconoce–. Pero tengo la bendición de que ninguno de los dos me juzga, de que son seres amorosos. Con honestidad siento que antes tuve que haber estado más para ellos. Lo hemos hablado y me pasan la mano y me besan y me dicen soy su héroe y que lo importante es el ahora y que nos amamos… Con Sol... bueno, le he dicho a Naymed que yo pensaba que no era capaz de querer más de esta manera, que mi amor se había quedado en Carlitos y Gabriel, pero ahora, con Sol, cuando la miro a los ojos, me conmuevo, me tiene bobo. Lo más grande ahora mismo es mirar a Sol cada mañana.

–Luego de tanto vivir, Carlos, ¿has descubierto para qué todo esto, para qué la vida, para qué estamos aquí?

Silencio… suspira

–Todos los días me lo pregunto, Mario, ¿para qué? –dice–. Esto quizá sea una ilusión, un teatro, una buena farsa… pero creo que la respuesta puede ser que el silencio en el Universo es demasiado y hace falta este ruido que nosotros hacemos mientras vivimos.

 

Foto superior y vídeo: Eileen Rivera Esquilin

 

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