DE ALGUNA MANERA la vida es una improvisación perpetua, es un incierto y constante ir de momento en momento, en el que cada instante es presente para dejar de serlo con el instante siguiente.
Así en la vida como en el arte, Karen Langevin ha navegado conscientemente desde hace al menos treinta años, desde que se desenamoró “de la danza, del preciosismo de la coreografía, del ego” y descubrió en la improvisación corporal la respuesta idónea a sus necesidades de expresión.
Ese largo trayecto tiene su estación más reciente en Augur –proyecto que es fruto de la Residencia de Artistas y Compañías Alternativas del Centro de Bellas Artes Luis A. Ferré– que Karen presenta a partir de mañana en la Sala Experimental Carlos Marichal, con funciones jueves, viernes y sábado a las 8 p.m. y domingo a las 4 p.m., acompañada por sus colegas Eduardo Alegría e Ivette Román.
Esta residencia comenzó a fraguarse hace cerca de dos años –explica Karen– casi al final de una conferencia ilustrada sobre improvisación que ofreció en la Universidad de Puerto Rico, en Río Piedras.
–Estaba por terminar aquella charla y se me ocurrió decir a la audiencia que yo era clarividente, que me hicieran preguntas sobre su futuro y que les respondería con movimiento solamente o con movimiento y palabra. Fue un juego increíble… las cosas que salieron fueron muy interesantes y ahí me di cuenta de que había dado con algo muy interesante –comenta, poco antes del inicio del ensayo del pasado lunes.
"Improvisar demanda un proceso y una preparación muy arduos, porque para hacerlo debes de tener una serie de destrezas muy a flor de piel y dominarlas... En la improvisación no hay nada montado, sino que las cosas ocurren en el momento según las circunstancias, según la carga en el ambiente, según la energía del público..."
Karen Langevin
Con una vocación natural para trabajar con el público –“soy muy tribal”, asevera– Karen reitera que no le gusta “el proscenio”, que rechaza eso de “ahora me presento, me vas a ver bailar y me vas a aplaudir”, que prefiere “el tocarnos, percibirnos, enamorarnos del momento” y que, para desarrollar el concepto de Augur, comenzó a reflexionar en el tiempo, en la noción que se tiene de él, en lo que es y no es, en cómo lo percibimos y lo medimos.
–En el tiempo está una de las grandes preguntas de la Humanidad –señala–. En el proceso, empecé a leer mucho de física, de filosofía. Y desarrollé el concepto, a encarnar el pasado, que es la parte más difícil, luego reflexioné en el “ahora”, me pregunté cuándo el “ahora” es… y finalmente en el futuro, con Augur, un personaje fascinante de la mitología, a través de un cúmulo enorme de literatura sobre este don, no solo de leer el futuro, sino de leer el viento, las aves, los accidentes… es una locura, no sabía que había tanto escrito al respecto. Y me apropié del personaje… e invité a estos dos seres, a Eduardo y a Ivette.
Pensó en ellos porque al desarrollar el concepto se dio cuenta de que deseaba voces y al imaginar cómo sería eso en escena, imaginó un coro griego que la siguiera, pero lo práctico se impuso: demasiada gente para eso, demasiado dinero. Y se fue minimalista, solo dos voces, pero muy singulares, muy significativas para ella.
–Ivette es una vocalista muy particular –afirma Karen–. Lo que le pidas, ella lo hace. Tiene una habilidad improvisatoria con la voz que es como la que yo tengo con el cuerpo. Eduardo, por su parte, no es tan así, está en medio de eso. Tiene unas grandes habilidades que admiro mucho. Y es testarudo. Y al final siempre entrega estupendamente.
–Esta es una oportunidad maravillosa de trabajar con la improvisación –dice Ivette–. Para mí es también la oportunidad de aprender cómo trabajar con mi cuerpo, luego de tanto tiempo de improvisar fundamentalmente con la voz.
Karen añade que “cuando digo que mis piezas son mayormente improvisadas, el público no me lo cree”.
–Improvisar demanda un proceso y una preparación muy arduos, porque para hacerlo debes de tener una serie de destrezas muy a flor de piel y dominarlas –explica–. Solo así lo inesperado, lo no planificado, ocurre de una manera orgánica. En la improvisación no hay nada montado, sino que las cosas ocurren en el momento según las circunstancias, según la carga en el ambiente, según la energía del público, en fin…
–Pero el concepto debe existir y tienes que dominarlo –añade Ivette–. De alguna manera sucede como en las improvisaciones que se dan en el jazz. Eso solo es posible cuando hay una afinidad entre los que participan, cuando se sienten mutuamente, cuando se miran, cuando se escuchan. Se trata de encontrar un lenguaje orgánico en común, espacios y momentos de encuentro. Para eso uno tiene que abrir los sentidos y estar presente en el momento.
–Yo soy más un contador, un narrador –dice Eduardo–. Y dentro de los signos, dentro de las señales, dentro de la estructura del cuento, siempre encuentro espacio para improvisar, pero suelo saber a dónde voy a llegar porque soy de los que gustan de saber qué es lo que va a pasar.
-Augur es un juego, un posible escape, una velada mágica que nos transforma sin darnos cuenta, invitándonos a sentir la densidad de nuestra existencia –asevera Karen.
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