Cada vez que sale al escenario lo vive como si se tratase de un salto al vacío, con la misma intensidad, con la misma incertidumbre, con la misma pasión, ilusionada y con la sospecha de que siempre podría ser la última vez.
Así es como vive la música Joyce Yang, la estelar pianista que será la solista en la velada con la que este sábado -a las 7 p.m., en la Sala Sinfónica Pablo Casals- se inaugura la nueva temporada de abonos de la Orquesta Sinfónica de Puerto Rico, programa dirigido por el maestro Maximiano Valdés e integrado por “Vals” y “Polonesa” de la ópera Eugen Onegin, de P.I. Tchaikovsky, el primero de los conciertos para piano de este compositor ruso, y la Sinfonía Núm. 11 en sol menor, Opus 103, de Dmitri Shostakovich.
Ganadora de la medalla de plata en la edición de 2005 de la Competencia Internacional de Piano Van Cliburn y con una trayectoria sembrada de grandes éxitos y estupendas críticas a su paso por los mejores escenarios del mundo, Joyce -nacida en Corea del Sur en 1986- posee un talento enorme, con una depurada técnica y una profunda sensibilidad interpretativa, rasgos que puso de manifiesto durante el ensayo de ayer jueves, con una deslumbrante ejecución del Opus 23 de Tchaikovsky que al terminar fue calurosamente ovacionada en pleno por los miembros de la OSPR.
Poco antes, durante una charla en la que demostró su vocación como conversadora, Joyce destacó que es realmente una mujer muy afortunada por la clase de vida que ha tenido desde que tomó su primera clase de piano a los cuatro años de edad y recibió -poco después- un piano como regalo de cumpleaños.
“Fui una niña muy afortunada”, dice. “Aunque el piano ha estado conmigo toda la vida, nunca me perdí de nada de lo que hace una niña que no está en la música. Mis padres, científicos ambos, nunca me presionaron para que yo me dedicara al arte. Hice todo lo que quise hacer y al final terminé haciendo también todo lo que hace todo estudiante de piano: estudiar sin parar. De niña y adolescente consideré la posibilidad de ser enfermera o estudiar física. El piano siempre fue un pasatiempo que con el paso de los años se convirtió en un gran pasatiempo y eventualmente en una carrera, algo poco usual en este ambiente, según concluyo cuando escucho a varios de mis colegas. Nunca hubo presión… simplemente que en el camino me enamoré profundamente de la música”.
Reconocida como una de las grandes pianistas de su generación, Joyce asevera que cada presentación es única y que siempre recuerda las palabras de uno de sus maestros, quien le dijo: “eres tan buena como tu concierto más reciente”. “Así vivo cada compromiso artístico, consciente de que todo es diferente, el público, el piano, la orquesta, el director, yo misma”, señala. “Cada salida al escenario para una función es como si estuviera saltando desde lo más alto de una montaña... cada concierto es un salto al vacío. Nunca es rutina, siempre me siento frente al piano nerviosa e ilusionada, con tanta adrenalina como si se tratase de un deporte extremo. Cada ensayo es como estar practicando para abrir el paracaídas en ese salto hipotético, pero no es hasta la función que te lanzas de verdad”.
Respecto al célebre concierto de Tchaikovsky -grabado por Joyce en 2014- la artista comenta que recibió con un gusto enorme la invitación para ser parte de ese proyecto realizado en vivo con la Orquesta Sinfónica Odense. “Esta es una obra que se ha transformado conmigo a través de los años”, apunta. “Este concierto lo he tocado muchas veces y hemos crecido juntos… esté muy cerca de mi corazón. A estas alturas de esa relación he llegado a la conclusión de que, a través de muchos de sus pasajes siento que entiendo perfectamente lo que Tchaikovsky quiso decir con esta majestuosa obra".
Casada tan recientemente como el pasado 18 de agosto con un miembro de la Orquesta Sinfónica de Alabama -donde ambos tienen su hogar- Joyce añade que la Rapsodia sobre un tema de Paganini, de Rachmaninoff, es otra de esas obras muy cercanas a sus afectos. “Y cuando toco solo para mí, suelo disfrutar de los Intermezzos de Brahms… de hecho, uno de ellos fue interpretado en nuestra boda”, explica. “La Luna de Miel fue un viaje muy corto a Hawai porque ambos tenemos compromisos de trabajo”.
Joyce revela que, además de la música, siente una profunda pasión por la cocina y que goza inmensamente “ver a la gente disfrutar de lo que preparo”. “Aunque trabajo y viajo mucho, me gusta estar en casa y hacer otras cosas… a veces escribo poemas y dibujo. Cuando vivía en Nueva York iba todos los días a los museos, me fascinan. Trato de fluir con la vida. En los últimos diez años he cambiado mucho. Siento que ahora estoy más en balance. Mi esposo me ha ayudado mucho en ese proceso y de vez en cuando me recuerda que no es necesario estar luchando incesantemente para ser la mejor aquí o allá, sino que se trata de ser feliz disfrutando lo que se hace, con conciencia, y con el menor estrés posible. Trato de ser yo y de hacer las cosas que más amo, de ser muy directa, asertiva y clara con lo que soy y con lo que quiero, y de saber reconocer cuando es suficiente”.
Con una amplia sonrisa que parece haber nacido con ella, Joyce apunta que “practicar el piano como se debe puede llegar a ser un poco masoquista”. “Nunca es suficiente con lo que se hace, siempre las cosas pueden quedar mejor, siempre se trata de ser mejor que lo que se fue ayer y todo esto puede llegar a ser muy drenante”, asevera. “Desde hace una década más o menos he aprendido lo que puedo hacer y lo que no puedo, de que hay límites a lo que puedo hacer y eso ha hecho una gran diferencia en mi vida. Claro que trato de ser mejor cada día, sí, pero conociendo mis límites. Hasta antes de ver las cosas así, hace unos diez años, llegué a tocar cuatro conciertos diferentes en un lapso de solo diez días. Era terrible. Practicaba día y noche, comiéndome solo un sandwich sentada frente al piano. Al final terminaba exhausta y totalmente vacía… y así no se puede vivir plenamente. El balance es esencial”.
Aunque para muchos de sus colegas es normal tener como sueño tocar un recital en el Carnegie Hall, Joyce asevera que esa no es su meta. “Siento que soy una colaboradora, me encanta el trabajo en equipo”, señala. “Estoy trabajando un proyecto junto a una compañía de danza de Aspen, en Colorado para el año próximo y eso me tiene muy ilusionada. También me llama mucho la atención colaborar en algún proyecto en el que el piano sea parte de algo relacionado con las artes visuales”.
Y después de esto Joyce ensayó el concierto de Tchaikovsky. Y sí: fue como si se lanzase al vacío.