
“Así es que a ti te gusta mucho el agua… así pretendo ser yo, transparente como el agua”. Lo dice y a medio camino del comentario se inicia el gesto que seguramente la acompaña desde la primera vez que sonrío a su madre y a la vida en su natal Santa Clara, en Cuba, expresión que comienza, no en la boca, sino en los músculos posteriores de la mandíbula, con una leve distensión que alarga un poco las comisuras de los labios antes de liberar esa sonrisa tan singular que le ilumina mirada y mejillas como si todo en la vida fuera solo felicidad.
“La pasión es una de las cosas más importantes en la vida, una virtud de gran valía, la valoro mucho y también ser una persona genuina… soy genuina. Siempre lo he sido. Esta soy yo, lo que ves es lo que soy”, dice Marilyn Pupo en su camerino del Centro de Bellas Artes. Acaba de terminar uno de los ensayos de Entre amigas, obra que se presenta desde este noche en la Sala de Drama por dos fines de semana consecutivos. Sonríe. “Mira, no tengo dobleces, ni agendas ocultas, nunca me he valido de subterfugios para lograr objetivos. Siempre he sido yo y el mayor regalo que tengo es el amor del pueblo”.
Y conversamos. Y sonríe como solo ella sonríe.
¿Cuál es la justa medida de la plenitud para quien se dedica a alguna forma del arte? Reflexionamos a dos voces. No es el gran titular, no es la entrevista llena de lugares comunes, tampoco el recuento de premios, amores y desamores. Lo que importa es la huella de la pasión, del talento, de la entrega. Esa huella que queda en quienes aprecian estos valores, en quienes son los que verdaderamente cuentan, no los que se adormecen con la banalidad, con la frivolidad, no lo que miden el éxito y el cariño por los ‘likes’ en Facebook y por los seguidores en Twitter.
Y coincidimos. Y sonríe.
“Mamá”, dice, y la palabra queda por unos instantes colgada entre el silencio y su mirada brillante, “Mamá -repite- eso quise ser desde muy pequeña. Tanto me empeñé que tengo dos hijos, Pedro y Ana Laura. Son adoptados, sí, y son fruto de la voluntad y del amor. Nunca pude tener hijos naturales, pero a los que tengo los amo como si lo fueran”.
En su hogar de infancia en Santa Clara -provincia en el centro de Cuba- no hubo antecedentes artísticos profesionales, mas sí por “amor al arte”. Su madre y sus tías cantaban, hacían tertulias y tocaban el piano. Con su madre aprendió a declamar. Tomó clases de ballet, de baile español y a los tres años armó su primer poema aun sin saber escribir. Se lo dijo a su madre y ella lo escribió: Tengo una vaquita/ graciosa y bonita./ Todas las mañanas la voy a ordeñar/ y su dulce leche/ tomen la niñitas/ para que puedan crecer y engordar.
Y recuerda. Y sonríe.
Llegó a Puerto Rico en 1970, luego de pasar seis meses en Miami. En Cuba pudo terminar un curso de delineante arquitectónica y con ese oficio comenzó a trabajar en una firma de ingenieros, mientras su padre laboraba como contable y su madre como maestra. Vivían en Baldrich, cerca del Canal 6, y en la misma calle que Rose Pérez, la gurú en el mundo del modelaje en aquellos años.

“Rose fue muy buena conmigo”, dice Marilyn. “Ella acaba de abrir su academia y me dijo que fuera a tomar clases con ella. Le comenté que yo no tenía dinero para eso, a lo que me respondió que no me iba a cobrar. ¡Imagínate!, yo que nunca me había puesto un vestido largo y no tenía la menor idea de cómo se colocan los cubiertos en una mesa, aquello de ‘modelaje y refinamiento’ me pareció genial. Rose me regaló el curso. Nunca lo olvidaré y se lo agradeceré eternamente, aunque ella ya no esté con nosotros”.
Marilyn añade que fue ahí, en la Academia D`Rose, donde Gaspar Pumarejo la descubrió cuando fue a buscar modelos para su programa de televisión. Cuando la escuchó hablar, le llamó mucho la atención la claridad de su pronunciación. Le hizo una prueba de locución y comenzó a abrirse paso en el mundo de la televisión, mientras participaba en los desfiles de moda de varios de los diseñadores más importantes del momento, como Fernando Pena, Carlota Alfaro y Carmen Chirino. “Me decían ‘la modelo de la sonrisa’ porque no dejaba de hacerlo, incluso cuando estaba en una vitrina”, recuerda. “Empecé entonces a tomar clases de actuación con Edmundo Rivera Álvarez y a trabajar con Walter Mercado en su programa del mediodía, mientras decía el horóscopo”.
Rose Pérez la recomendó con Francisco Vergara, quien escribía libretos para El Show del Mediodía. “Rose le pidió que escribiera algo para mí. ‘Esta niña sabe hablar’, le dijo. Y Francisco lo hizo. El personaje se llamó ‘Titina’, como parte del programa Mi hippie me encanta y solo tenía tres líneas, pero fue muy importante para mí”, asevera. “´Titina gustó, y me quedé fija en el programa. Luego Mario Pabón y Camilo Delgado se fueron al Canal 7 y produjeron una novela escrita y dirigida por Edmundo Rivera Álvarez. Se titulaba Seis pedazos del alma, con Lucy Boscana como protagonista. Nunca olvidaré que estaba en un ensayo, de rodillas frente a Lucy. Cuando terminó la escena, Lucy se emocionó tanto que miró a Edmundo y le dijo: ‘oye, esta niña es buena’. Eso para mí no tiene precio”.
Así Marilyn comenzó a hacer camino en el mundo de la actuación. Trabajó en Sueño de amor -una versión de la María, de Jorge Isaac, con Martita Martinez como protagonista y pronto llegó su primer papel estelar. Fue en Ante Dios y ante los hombres, por invitación de Esther Palés. “Esa novela era a la 1:30 de la tarde, en vivo, horario que en aquellos años era muy importante”, señala. “Estaba asustadísima, ¡imagínate! Era con Rolando Barral, el galanazo del momento, Luis Daniel Rivera, Ángela Meyer, Sharon Riley, Johanna Rosaly… ¿Cómo olvidar eso? Y luego fui a México y triunfé. Y regresé a Puerto Rico y la gente me ha seguido queriendo… hice Noche de Gala, El Show de Raúl y Marilyn, con el querido Raúl Vale, y más tarde Estás invitado. En fin que mi carrera ha sido muy hermosa”.

Respecto a su participación en Entre amigas -obra en la que comparte créditos con Johanna Rosaly, Ángela Meyer, Sharon Riley y Camille Carrión- Marilyn asevera que esta pieza y la oportunidad que plantea “me llena mucho… me importa mucho”. “Es un lujo trabajar con todas estas amigas que conozco tan bien y quiero tanto”, asevera. “De mi papel no te voy a decir mucho, para que no pierda sorpresa, solo que ‘Pilar’ es la más honesta de las cinco, la única sin dobleces, la mejor amiga de las amigas, la única capaz de sacrificarse por las demás”.
Además de ser parte del elenco de esta obra, Marilyn participó el pasado miércoles en la tercera edición de En clave de poesía, dedicado a la vida y obra de Francisco Matos Paoli, algo que califica de “enorme dicha”. “Tuve el privilegio de conocer personalmente a don Francisco Matos Paoli, y por eso me conmovió mucho que me invitaran a participar en este proyecto poético”, dice. “Él era mi admirador. Me vino a ver en el primer recital que hice aquí, en el Centro de Bellas Artes. Me hizo un poema y me lo dedicó. Fue algo muy hermoso que me llena de mucho orgullo”.
Habla de la poesía y se le humedece la mirada. Intenta la sonrisa.
“He dejado de escribir poesía porque para hacerlo de manera genuina hay que desnudarse y a veces no deseo repartir tristezas”, comenta. “En ocasiones la vida agobia. Las últimas poesías que escribí fue a mis hijos pequeños, a la muerte de mi padre, a mi mamá cuando le dio Alzheimer. No sé si la volveré a escribir. Creo que soy más persona que artista. Cuando mi papá murió hace 20 años tenía un ‘show’ y no pude hacerlo, de la tristeza tan devastadora que sentí. Esa fue la única vez que cancelé un compromiso”.
Y calla. Y sonríe. Y dice que…
“El amor es lo que mueve el mundo… contra lo que hay que luchar a medida que envejecemos es precisamente contra la decepción. Y si ya no escribo a aquella ‘niña de la vaquita', me esfuerzo por mantenerla dentro de mi”.
Y reflexionamos…
Cuando hay gente que vibra como uno, en la misma frecuencia, el mundo parece menos vacío. Lo importante es saber reconocer esos momentos en los que se coincide, en los que el tiempo y el lugar es el mismo. Y entonces, gracias a esos encuentros, intentar ser mejor persona, porque suele suceder que uno es tan bueno como buenas son las personas que nos hacen vibrar y que vibran con nosotros.
“Mi vida es mi esposo, Eduardo Penedo, quien me hace muy feliz, así como mis hijos Pedro y Ana Laura, y mis nietas Sofía y Claudia, hijas de Pedro”, señala. “Más allá de eso, no me interesa mirar al frente, al mañana. A lo largo de mi vida me he esmerado en estar preparada para lo que traiga cada día. La felicidad son momentos. Vivo satisfecha con lo que Dios me ha dado. He vivido una vida plena, intentando ser una persona buena, sin hacer daño a nadie. Vivo un día a la vez”.
Y nos despedimos. Y sonríe como solo ella sonríe.