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  • Foto del escritorMario Alegre-Barrios

Silverio Pérez y el descubrimiento perpetuo


“¿QUÉ HAGO YO AQUÍ?”, se preguntó asombrado Silverio Pérez hace apenas unos días. Eso fue al otro lado del Atlántico, en Madrid, en la ceremonia en la que se le confirió el VIII Premio Internacional sobre Puerto Rico "José Ramón Piñeiro”, otorgado por la Casa de Puerto Rico en España y el Gabinete Internacional de Traducciones. A la izquierda tenía a Darío Villanueva, director de la Real Academia Española, y a la derecha a Víctor García de la Concha, director del Instituto Cervantes, dos de las instituciones más veneradas de nuestro idioma.

Por unos segundos Silverio pensó con asombro en las circunstancias que habían llevado hasta ese lugar –y con esa compañía– a ese niño medio jíbaro del Barrio Mamey de Guaynabo, que no estuvo rodeado por música, ni por literatura, ni por radio ni televisión, en un mundo en el que nadie había ido a la universidad. Y ahí, en esa ceremonia pensó…

– “¿Qué hago yo aquí?, ¿qué circunstancias me trajeron adonde estoy? Y lo único que puedo contestar a eso es que ha sido el trabajo, la búsqueda casi obsesiva de aprender y, en este momento de mi vida, cuando miro hacia atrás, me siento súper feliz, contento de que estoy viviendo un momento de mucha, mucha, mucha creatividad –dice en una charla realizada este lunes en el estudio de WIPR donde diariamente hace su programa ¿Qué es lo que hay?

Aquel niño que Silverio fue, creció en un ambiente en el que lo que había eran pequeñas metas y una de las primeras fue aprender a tocar guitarra, “porque en el barrio, tocar la guitarra y cantar en navidades daba cierto prestigio”.

–Ya en la escuela intermedia, la Baldorioty de Castro, en Guaynabo, escuchaba de gente que estudiaba conmigo que iba al cine y que tenían hermanos que estudiaban en Estados Unidos. Para mí eso era tan ajeno –recuerda–. Por momentos pensaba que me gustara mirar a ese mundo al que yo no pertenecía. La música fue lo que me fue abriendo esas posibilidades de querer ser algo, como pertenecer al coro, ser de la selección que una vez al año cantaba bajo la dirección de Augusto Rodríguez. Pero siempre eran pequeñas metas… yo vine a entender lo que era ponerse grandes metas prácticamente después de que me gradué de ingeniería en Mayagüez, porque antes de eso, ni siquiera había aspirado a ser ingeniero. Por eso tal vez Yessica, mi esposa, y los que bien me conocen, me dicen que nunca dejo de conspirar para hacer algo. Pasé mucho tiempo en el que no tenía metas y ahora como que lo quiero hacer todo.

El hijo de don Silverio y doña Victorina recuerda tener no más de seis años y ver el ejemplo de su padre, carpintero desempleado, que todos los días se echaba al hombro una caja de herramientas

pesadísima, asevera…

y caminaba desde el Barrio Mamey hasta La Muda, tomaba una guagua a Santurce y buscaba por las calles algún letrero que dijera “se necesitan carpinteros”. Preguntaba, le decían que no, que estaban llenos, que no tenían vacantes y regresaba por la tarde a su casa, cansado de buscar para volver a intentarlo al día siguiente, hasta que conseguía algo, sentido de responsabilidad y tenacidad para con la familia que marcó a fuego a Silverio, de la misma manera que lo hizo su madre

siempre ella con una mirada de posibilidad y de esperanza, evoca...

incluso en aquellas tardes en las que no había nada en el fogón y doña Victorina, dando un manotazo en la mesa, decía a Silverio y sus hermanos, “bueno, salgan a buscar algo para la comida… ¿qué?, pues tumben una pana, saquen un ñame, corten un racimo de guineos, que por ahí hay campo de más.”, y alguno de ellos regresaba además con un par de huevos y comían verdura con huevo frito, nunca con quejas.

–Por eso, cuando yo estaba terminando el cuarto año, mi mamá me dijo, “mira a ver si puedes ir a la universidad, que tú tienes buenas notas” –explica–. Eso me extrañó, porque nunca había escuchado de nadie en mi barrio que hubiese ido a la universidad. Esa fue la primera vez que nació en mí esa posibilidad y me fui para Mayagüez, porque yo escuchaba de los que se iban a Princeton, y yo lo más lejos que podía ir era a Mayagüez y estudié ingeniería porque eso era lo que daban ahí.

-En esa juventud temprana la música ya había comenzado a estar contigo y la veías como una posibilidad. Te fuiste a Mayagüez y la música se fue contigo a la vez que se fraguaba en ti una conciencia de nación, de país, de patria… ¿Cómo viviste esa inmersión, ese proceso?

–Esa conciencia me viene de mi convivencia con las Hermanas del Buen Pastor, de Caguas. Mi familia era muy religiosa y estas hermanas iban por los barrios haciendo obra y, como vieron que yo empezaba a tocar guitarra y a cantar, me invitaron a un grupo que tocaba en las misas y ahí conocí lo que era ese convento –comenta–. Me llamó la atención que a esas misas iba gente de la universidad y había un ambiente como de avanzada, liberal. Se estaba discutiendo el Concilio Vaticano II, una de las hermanas era hermana del monseñor Antulio Parrilla y alrededor de ese convento había un grupo de personas que daban seminarios, tertulias y por ahí empecé a crear esa conciencia. Mientras estaba en Mayagüez, fue monseñor Parrilla a dar una conferencia sobre la teología de la liberación y ese fue mi primer aldabonazo. Pensé “¡wow!, puedo combinar mi fe cristiana con lucha” y comencé a ver eso como algo más cercano a mí y luchar por lo derechos, por la justicia social… en fin. Eran los 60 y los 70.

Empezaba la Nueva Trova en Cuba y surgían cantautores como Atahualpa Yupanqui, Facundo Cabral y Alberto Cortez y los que iban a la Iglesia del Buen Pastor eran de los que escuchaban este tipo de música. Ese fue el caldo de cultivo de Silverio, quien asevera que no fue sino hasta recientemente –en el proceso de investigación para su libro La vitrina rota o ¿qué carajo pasó aquí? que descubrió que “es un milagro que todavía haya independentistas en Puerto Rico, porque aquí siempre hubo una intención clara de eliminar el sentimiento patriótico porque eso no estaba en los planes de quienes gobernaban ni de quienes gobernaban a los que gobernaban”.

De la música a la escritura

–De la música a la escritura, siempre en el cauce de la crítica social, de la sátira, del ensayo, de la crónica… ¿Cómo descubres la palabra escrita como un vehículo tan importante para ti como la guitarra y el canto?

–Por la música que interpretaba –de protesta– con mi compañera Roxana, Tommy Muñiz nos invitó a unos programas de Borinquen Canta, donde participaba, haciendo poemas, Jacobo Morales, quien a su vez trabajaba en otro programa, Esto no tiene nombre, junto a Eddie López –señala–. Me hice amigo de Jacobo y un buen día él me dijo que estaba planificando hacer algo en el café-teatro La Tea, que si quería ir para acompañar a Horacio Olivo, que era quien iba a cantar las parodias. Comenzaban los 70. Entré de pronto en ese grupo con Eddie, un periodista de armas tomadas, inteligente, brillante, ágil; Jacobo, que no hay ni que mencionar sus cualidades; Efraín López Neris y Horacio Olivo. Ese fin de semana en La Tea me metió de cantazo en un mundo que yo desconocía. Aquello fue un éxito tan grande que fui parte de lo que luego se llamó Los Rayos Gamma. Muere Eddie y se acabaron los Gamma en el 71, pero yo seguía con lo de la Nueva Trova. En el 75 comenzó Haciendo Punto en Otro Son, con el que estuve hasta 1980.

Ese año –recuerda- las elecciones se proyectaban muy controversiales y como una gran veta para la sátira que Los Gamma habían acostumbrado hacer pero ¿quién escribiría si Eddie López ya no estaba vivo?

–Me reuní con Jacobo y me comprometí con él a hacer un libreto actualizado de lo que Eddie había hecho y ver si le podía seguir la línea –dice Silverio–. Yo había aprendido a hacer parodias porque Eddie, cuando ya estaba muy enfermo de cáncer, apenas podía escribir y olvidaba las cosas por los medicamentos que tomaba pero no dejaba de trabajar y me llamaba a su casa y me mostraba lo que estaba escribiendo para que le ayudara. Me decía “esta es la palabra que tiene que ser, porque hay que mantener la rima original de la canción”. Yo estaba tomando con él, sin darme cuenta, un curso de cómo escribir sátira. Cuando llegue con el libreto que le había prometido a Jacobo, a Horacio se le aguaron los ojos y me dijo “esto te lo dictó Eddie”. Así me convertí en el libretista de Los Gamma.

De ahí, comenzó también a hacer los libretos de La Tiendita de la Esquina, en WAPA, cuando Jacobo, que era quien los escribía, se fue por dos meses a hacer su película Dios los cría. Poco después se estrenó como columnista en desaparecido diario El Reportero, que dirigía Celeste Benítez.

"Me duele demasiado mi país, la ignorancia de la gente, me duele el fanatismo, me duele la inmediatez sin mirar atrás, la repetición de los mismos errores... Sinceramente creo que este libro ("La vitrina rota o ¿qué carajo pasó aquí?") es la mejor aportación que puedo hacerle a Puerto Rico"

Silverio Pérez

 

–¿Llegaste a ejercer como ingeniero?

–Diez años, primero en el mundo de la gasolina, en la Gulf, que después de llamó CAPECO, que cuando eso explotó dije “algo mal yo hice cuando era ingeniero que por eso explotó ahora” –comenta–. Cinco años en la Gulf y después me fui al Departamento de Salud, como ingeniero de Control de Calidad de Agua Potable, a cargo de diseñar un sistema de monitoreo para agua potable en toda la Isla… Y terminé en una entidad ambientalista llamada Misión Industrial, como asesor científico. En el 80 decidí que ya no podía seguir mintiendo, que no me gustaba lo que hacía, y empecé a escribir más que antes.

No hace muchos años Silverio reconoció con honestidad que, aunque escribía muy bien y sus textos tenían gran aceptación, carecía de las herramientas y del trasfondo literario necesarios. Decidió entonces hacer una maestría en Creación Literaria en la Universidad del Sagrado Corazón, dos años que califica como “una salvación”. Y descubrió a los grandes, a Borges, a Cortázar, a García Márquez, quien lo cautivó de manera muy significativa porque vio en él a un periodista haciendo literatura, algo con lo que él se podía identificar de una manera más cercana. Se dejó abrazar por su obra y comenzó a pensar que era posible escribir mejor, que era posible tener más palabras para describir una imagen, una emoción, y llevarla al texto como parte de una aventura extraordinaria.

Al hablar de su proceso creativo, Silverio explica que escribir columnas periodísticas y "sketches" para la televisión ha sido para él un entrenamiento excepcional, porque ha validado que es más importante la disciplina que la inspiración.

–Eso me desarrolló unas destrezas que desconocía, hasta que empecé a escribir sin “deadlines”, porque lo que estaba escribiendo era una novela o un blog. Y me di cuenta de que ya tenía una práctica que la podía enfocar hacía otras cosas. Aun así estuve dos años escribiendo la novela que saldrá en febrero o marzo próximo. Y antes, dos años, en la investigación. Aprendí a apreciar la belleza del silencio y la soledad creativa. Luis López Nieves, mi director de tesis, me dijo que a mí me salía la estructura de manera muy natural y la razón principal –creo– es por mi formación como ingeniero... la ciencia me ayudó a organizar el mundo… y mi escritura.

Respecto al Premio Internacional sobre Puerto Rico “José Ramón Piñeiro", Silverio explica que leyó de la convocatoria a este certamen de periodismo sobre nacionalidad e identidad. Él tenía muchas columnas sobre el tema, hizo una selección, las envió y ganó.

–Con una buena cantidad de euros que me permitía ir con mi esposa y pasar por allá unos días. El premio lo da gente de prestigio que no me conoce y ha sido muy satisfactorio este reconocimiento. Lo tomo como una señal, de que por ahí es que es –dice.

El libro y el futuro

La vitrina rota o ¿qué carajo pasó aquí? –libro de Silverio publicado por Ediciones Callejón, que será presentado por el profesor Mario R. Cancel este sábado al mediodía en el Aula Magna del Centro de Estudios Avanzados de Puerto Rico y el Caribe, en el Viejo San Juan– nace de la necesidad de su autor de contestarse preguntas relacionadas con inoperancia y el atasco de Puerto Rico.

–Me duele demasiado mi país, la ignorancia de la gente, me duele el fanatismo, me duele la inmediatez sin mirar atrás, la repetición de los mismos errores –señala–. Hace un año, cuando estaba recopilando las columnas para el premio, me di cuenta de que todas parecían seguir una flecha, que apuntaban hacia la quiebra y el descalabro. Y dije ¿cómo llegamos hasta aquí? Me di cuenta de que me estaba respondiendo a mí mismo preguntas que la mayoría de los puertorriqueños debería hacérselas también y respondérselas. Investigué y me encontré con Mario Cancel Sepúlveda, le conté del proyecto, le envié el primer capítulo y me respondió con sugerencias. Seguimos así durante un año, hasta que lo terminé. Sinceramente creo que este libro es la mejor aportación que puedo hacerle a Puerto Rico.

–¿Optimista con el país? ¿Hay espacio para eso?

–Me haces esa pregunta y creo que no me la había hecho yo mismo y que nadie me la había hecho. –dice–. Las señales no conducen hacia el optimismo, sin embargo, veo que hay posibilidades en la gente que no está contaminada. Veo gente como la de Teatro Breve, con los que he interaccionado, veo gente de una cooperativa de pescadores en Cataño, a quienes entrevisté, veo jóvenes que tienen un proyecto de agricultura en la montaña… empiezo a ver señales de un Puerto Rico que funciona pero que está inconexo. Hay que que unir los puntos. Eso me da esperanza. En lo político, ni con la derecha, ni con la izquierda, ni con en el centro veo nada en este momento. Sobre todo en la izquierda veo un canibalismo…

–¿Y este doctorado en Historia que comenzarás en breve a estudiar...?

silencio...

-Sí, absurdo totalmente… –sonríe.

-No use esa palabra.

–Mira, eso es por la experiencia de la maestría –explica–. Fue tan extraordinaria, que dije “quiero vivir ese momento de nuevo”. Y pensé en hacer una maestría en literatura caribeña, en el Centro de Estudios Avanzados de Puerto Rico y el Caribd. Fui por ahí y coqueteé con esa idea, pero cuando me metí en el rollo de este libro (La vitrina rota) dije “si ya hice la maestría en creación literaria y a mí me interesa ficcionar la historia, debo conocer más de historia. Y por eso empiezo, poco a poco, con tres créditos a la vez.

En un momento que considera de plenitud, Silverio reconoce que aunque su relación con él mismo es ahora muy buena, no era así hace unos años, que había insatisfacciones consigo mismo, inquietudes, "falta de ancla".

–Ahora estoy muy bien, no sé si es porque disfruto de una relación extraordinaria con mi esposa o porque he ido madurando –reflexiona–. Me siento con una tranquilidad que me permite crear a otros niveles. Duermo poco, pero bien… me levanto de madrugada a escribir, con una inquietud creativa que antes era solo existencial.

–¿Qué queda en ti del niño que fuiste?

–Todo… soy un curioso empedernido –severa–. En mi relación con Yessica, a quien le llevo 27 años, la vieja es ella y el nene que hay que controlar soy yo. Se me sale el niño a cada rato.

–Aquel niño que creció en Guaynabo queriendo siempre ser algo y que fue siempre lo que se propuso ser, ¿qué quiere ser ahora?, ¿qué te mueve?

–Me mueve la ilusión de que lo que yo escriba y haga toque a alguien, que eso tenga cada día más trascendencia, que no fama, sino que sirva para algo, que toque vidas… y si es posible romper el 100x35 y que lo que hago se conozca en otros lugares, pues chévere.

–¿Hay otro Camino de Santiago? ¿Qué ha significado para ti ese caminar?

–Si, en el verano próximo lo haré por tercera vez. Para mí fue tan importante que sería egoísta de mi parte no servir de instrumento para que otros lo hagan. En el Camino de Santiago descubrí muchas cosas. Una de ellas muy importante y de las que más paz me ha dado ha sido que, por alguna razón, tal vez porque me he divorciado tres veces y porque tengo hijos de tres matrimonios, por mucho tiempo traté de ser el “súper papá”, que no ha sido otra cosa que una culpa disfrazada, sin un “no” para los hijos. En una reflexión del camino, ya muy cansado, descubrí que jugar a ser “súper papá” es un engaño. Que se trata de ser simplemente papá, y que el papá tiene limitaciones, que a veces no tiene dinero y no está disponible. Que se puede molestar con sus hijos… y creo que esto me ha dado más paz y me ha acercado aún mas a mis hijos, que me ven así más auténtico.

Terminamos justo cuando comienzan a llegar los primeros invitados a ¿Qué es lo que hay? Nos despedimos con un abrazo y la certeza de que seguramente habrá otras charlas, pero convencidos también de que hemos hecho algo por última vez, porque –según pintan las cosas– nunca tendremos otra oportunidad de conversar en ese lugar.

Fotos y vídeo por Eileen Rivera Esquilín

 

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