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  • Foto del escritorMario Alegre-Barrios

El 'Chascas': "Puerto Rico me salvó la vida..."


APRENDIÓ A escribir tan pronto supo que el mundo existe para ser contado, mucho antes de saber siquiera cómo se traza una letra, menos aun la manera como se construyen las palabras. Lo aprendió desde la cuna, por instinto y con una pasión casi tan grande como la que desde entonces lo acompaña con una fidelidad sin la cual no concibe la vida.

Nunca soñó con ser otra cosa que no fuese escritor y al cabo de poco más de cuatro décadas del resplandor inicial de aquella certeza, José Ignacio Valenzuela -el célebre “Chascas”, mote chileno anclado al (des)peinado que lo caracteriza- asevera que la escritura es la única manera que conoce de descubrir quién es, que por eso escribe tanto y que necesitaría “vivir al menos trescientos años” para hacer todas las cosas que anhela, siempre con una agenda tan profusa que sus días parecen ser de 48 horas… por lo menos.

A diez años de nuestra última charla, conversamos nuevamente el martes pasado, en la antesala de su regreso a Puerto Rico para ofrecer durante este fin de semana un taller de escritura de guiones para televisión, en el marco del Festival de la Palabra, charla en la que el autor de la trilogía del Malamor acepta que -pese a tener tan solo 44 años- a veces se siente “como un señor de 95”, de tantos lugares en los que ha residido, de tanto que ha trabajado, de tanto que ha enseñado, de tanto que ha escrito, en fin, de tanto que ha vivido.

“Ha sido un sendero enorme, largo, pedregoso, escarpado”, comenta. “Pienso así al reflexionar en la cantidad de veces que me he cambiado de país, la cantidad de trabajos que he hecho, la cantidad de lugares en los que he trabajado o enseñado. Es una lista enorme y eso hace que a veces me sienta como un viejo. Como comencé tan chico a trabajar, a escribir y a publicar, a meterme en territorios de adulto, tengo la sensación de llevar la vida entera caminando por ese sendero”.

Chascas tenía no más de tres años cuando su madre le regaló un tocadiscos y la colección en elepés de 33 RPM de los cuentos de Walt Disney, obsequió que recibió con lágrimas de enojo y el argumento de que él no quería discos, porque cuando “fuese grande” quería tener una biblioteca, con libros, obviamente, no con discos.

“Soy incapaz de deshacerme de libros y eso me ha hecho acumular una biblioteca de no menos de unos seis mil libros, que es un lío mover por el mundo… este es mi único vicio, si se le puede llamar así”, comenta. “A este recuerdo está atada mi noción del origen de mi vocación como escritor. Tengo la impresión de que soy escritor desde antes de saber escribir. Durante mucho tiempo no entendí, con esos discos de Walt Disney, que había que darles vuelta al lado B para seguir escuchándolos. Por eso, durante varios días escuché todos los cuentos de Disney solo hasta la mitad, sin entender por qué estos cuentos tan entretenidos se quedaban como suspendidos en la nada en la parte más emocionante, como por ejemplo, cuando Blancanieves iba a morder la manzana. Entonces, para poder terminarlos, yo les hacía mis propios finales a todas los historias, hasta que con el tiempo descubrí que en la otra cara del disco estaba la continuación. Lo interesante es que mis finales me gustaban más… eran más dramáticos, más tortuosos, más eróticos, más de lo que yo quisiera. Esto, de adulto, me hace pensar eso, que yo empecé a escribir sin saber escribir”.

¿Y no has pensado en escribir, ahora de adulto, versiones de esos cuentos infantiles con tus propios finales?

"No eres la primera persona que me lo dice... me encantaría… en algún momento lo haré… ", dice.

No olvida el primer libro que dejó huella en él. Más que un libro, una saga, la de Papelucho, de la escritora chilena Marcela Paz. “Papelucho es nuestro Harry Potter chileno, pero no es de magia ni fantasía, sino una serie de aventuras de un niño de 8 o 9 años”, recuerda el escritor nacido en Santiago de Chile en 1972. “Cuando leí el primer libro, enloquecí, porque yo me creí Papelucho, yo quería ser Papelucho, que me pasaran las mismas cosas que a él, vivir sus mismas aventuras. Y cuando descubrí que era una saga, enloquecí más aun. De hecho, hasta el día de hoy tengo mis Papeluchos de aquella época… como un tesoro”.

Esa pertinencia de Papelucho en la vida de Chascas ha adquirido una relevancia sustancial en su canon literario, al punto de que califica la inquietud de escribir para niños y jóvenes como “una necesidad”, una necesidad reciente -escribió De qué color es tu sombra apenas en el 2014- y desde entonces eso ha sido como un vendaval que compite con su otra literatura para un público más adulto, lo mismo que la destinada a los libros como estación final, que la pensada para el cine o para la televisión.

Al reflexionar en esta realidad, Chascas dice tener una teoría: la de haber tenido demasiada prisa por ser adulto cuando era todavía muy niño, urgencia que lo hizo saltar varias etapas -“pasar de leer Papelucho a leer a Agatha Christie”, comenta como ejemplo- y tomar su primer taller literario a los doce años de edad, con compañeros de curso de 30 ó 40. “Quería ser adulto rápidamente y escribir cosas importantes, cosas intensas, cosas apasionantes y creo que por eso escondí muy rápidamente a mi niño interior”, reflexiona. “De pronto, un día en Guadalajara, mientras presentaba mis libros en la FIL, me desperté de madrugada con esta imagen de un niño chico, llorando porque su sombra era de color amarillo y nadie quería jugar con él porque era diferente, porque las sombras de todos los otros niños son oscuras. Y fue tan potente esa imagen, que la escribí para que no se me olvidará y en par de horas salió el cuento”.

Y luego llegaron Mi abuela la loca, Pepito y la calle más aburrida del mundo -que presentará el mes próximo en la FIL de Guadalajara- y por ahí vienen dos más, también para niños y jóvenes, uno en la linea de Mi abuela… y otro en la de Pepito… para el año próximo. “Descubrí que la literatura infantil me da una libertad y una capacidad de juego que extrañaba como loco y me di cuenta también de que ese niño interior que había dado por muerto está más vivo que nunca”, asevera. “Y no me olvido de mis lectores adultos… soy incapaz de hacer una sola cosa a la vez. Mientras empiezo uno de niños, termino otro para adultos. En febrero lanzo uno nuevo para los mayores”

Cuando piensa en Amor a Domicilio -su debut literario en 1992- y en Malaluna -lo más reciente- con El filo de tu piel como una señal a medio camino, Chascas no puede evitar pensar en la evolución que ha experimentado, no solo en cuanto a temas y estilo, sino también respecto a su proceso creativo y al papel fundamental que ha tenido Puerto Rico en ese arco cronológico. “Siempre he dicho que Puerto Rico me salvó la vida”, asevera. “Lo digo porque, como buen chileno, yo era muy de ‘puertas adentro’. En Chile la vida se hace hacia adentro, y eso llévalo a todos los espacios, a todos los contextos. La literatura y las emociones no son las excepción. No hace mucho murió mi abuela y Anthony, mi marido, que es puertorriqueño, me acompañó al funeral y una de las cosas que más le impactó fue que la gente no llorara. En Chile la gente no expresa sus emociones y eso tiene que ver con ser chileno. Por eso es que nos sale tan bien la poesía, porque estamos destinados a la nostalgia, pero a esa nostalgia silenciosa, contemplativa, muy hacia adentro”.

Cuando llegó a Puerto Rico y se enfrentó al Caribe, a la exuberancia, a los sentimientos expuestos, su literatura cambió para siempre…

“En Chile empecé con un Amor a domicilio sumamente introspectivo, escribiendo muy ‘by the book’, muy correctamente, sin experimentación, con los sentimientos muy bien puestos, como un relojito suizo”, comenta. “Y una de las primeras cosas que me dio Puerto Rico fue la exteriorización del sentimiento y me puso en contacto con la diversidad, porque en Chile todos nos parecemos, mientras que en Puerto Rico el abanico es inmenso. Eso me enloqueció. Por eso digo que Puerto Rico es mi casa, me asumo como un boricua más. Hoy en día, con esas experiencias tan opuestas, la de Chile y la de la Isla, tengo la capacidad de moverme entre esos dos polos, algo que para mí ha sido un triunfo”.

-Te refieres a tu literatura como obra de un escritor “hiperkinético”, como explicación no solo a lo profusa que es, sino también a la diversidad de cauces en los que navega ese torrente… ¿Cómo te mueves en ese fluir? ¿Cómo vives esta diversidad? Cuando llega una idea, ¿llega ya con el género en su ADN? Si no, ¿cómo es el descubrimiento de si la idea es para un cuento, una novela, una telenovela, una película o una serie?

-He analizado esto bastante y hasta hace poco no sabía la respuesta. He descubierto que lo primero que me llega no es el género, ni siquiera una idea, sino un tema -dice. Me rondan temas… el de la soledad, el de la identidad, el del ‘bullying’, el del duelo, por ejemplo y esos temas se quedan atrapados en mi cabeza como dentro de una telaraña. Y el tema que sobrevive me levanta una alerta. Busco entonces una buena idea que me ayude a escribir ese tema. Viene entonces la segunda etapa: convertir ese tema en una idea. Una vez que esto pasa, empiezo a suponer, sobre todo, para qué genero la voy a escribir. Y suele pasar que comienzo algo como un cuento y a mitad de camino descubro que en realidad es una obra de teatro y lo reencamino. Me sucedió, por ejemplo, con la trilogía del Malamor, que según yo era una telenovela.

-¿Qué don tienes para hacer que tus días parezcan de 48 ó 72 horas, si pensamos en todo lo que escribes, en todo lo que lees -porque todas las semanas recomiendas tres libros-, en todo lo que viajas, en todo lo que haces?

-No lo sé, creo que es mi entusiasmo. Soy Tauro, soy cuadrado en ese sentido, soy muy organizado. Me pongo horarios inamovibles, y esos horarios también me los pongo para la vida -explica. Me los pongo para almorzar con Anthony, para cenar con Anthony, para pasear con Anthony, para escribir la novela, para revisar el cuento, para adelantar la telenovela. Soy muy riguroso. No creo en la inspiración. Hace mucho decidí no creer en ella para no tener que esperarla. Creo en la disciplina, en el rigor, en la pasión, en el oficio de sentarme profesionalmente para cumplir con mi trabajo, algo que para mí es tan valioso que mi manera de honrarlo es dándole lo mejor de mí.

-Con una actividad creativa tan profusa, tan galopante, ¿hay espacio para el placer -para el regodeo en el gusto- en ese escribir?

-Mi ritmo de trabajo es de locos, pero mi tiempo de regodeo y de placer con el texto no tiene fecha límite -explica. A estas alturas tengo posibilidad de manejar lo tiempos y, mientras mejor maneje eso, mejor será la obra. Por esto es que no trabajo con plazos. A veces me siento a trabajar y fluyo de tal manera que puedo escribir quince páginas como un estornudo y hay días en los que lo único que hago es armar o corregir un pequeño diálogo. En este sentido le rindo tributo a mi instinto.

-¿En cuál de tus libros vivirías?

-Creo que en La mujer infinita, porque ese es un libro que toca los temas que me importan mucho, los temas políticos, que tienen que ver con derechos civiles, la defensa de la diversidad, de tratar de hacer de este mundo un lugar mejor para todos, no solo para algunos. Es un libro que tiene que ver con la pasión y con la entrega absoluta, con el goce de encontrar la propia tribu, como Tina Modotti encontró la suya entre Diego Rivera, Frida Khalo, Siqueiros, Trotski… Esa es también una búsqueda mía.

-¿Y en cuál no…?

-En El filo de tu piel, a pesar de que es un libro que adoro, pero que lidia con el dolor, con la perdida, con la tristeza, cosas que no quiero en mi vida.

-¿Cómo es tu relación con tu país natal?

-Difícil… muy complicada. No es una relación resuelta. Amo Chile… es el país donde vive mucha de la gente que amo, pero es también un país al que le tengo también coraje porque es una tierra que quisiera ver mucho mejor de lo que está, sobre todo como un país más justo, más solidario, más generoso con las minorías, con las diferencias, con la diversidad. Chile es un país demasiado centrado en el dinero. Es mi país y lo quiero irremediablemente, y le perdono todo pero, por ser el mío, me pongo más exigente. Es una relación medio bipolar que de alguna manera se cruza con el hecho de que llevo más tiempo viviendo fuera de Chile que el tiempo que estuve ahí. Esto lo he conversado con muchos extranjeros y suelen pensar lo mismo de sus propios países

-¿Cómo te llevas contigo? ¿Cómo es la relación de Chascas con Chascas?

-Me llevo bien conmigo… ahora. Me caigo bien -arrastra. Me gusta eso en lo que me he ido convirtiendo, porque de manera consciente he trabajado mucho para eso. No tengo problemas para estar solo conmigo. Quisiera ser menos inseguro, sobre todo en lo que respecta al trabajo

-¿Y Dios?

-Mira… estudié en la Alianza Francesa, donde me enseñaron a hacerme preguntas. La única vez que me expulsaron de una clase fue en religión, que era optativa. Me expulsaron por preguntar, por cuestionar el tema de Adán, Eva y la costilla mientras en otra clase estudiaba a Darwin y la Teoría de la Evolución. Desde ese momento comenzó una relación muy difícil, no con Dios, sino con la religión. Siempre he sido muy crítico de la religión como negocio, de la religión y su vocación hacia el pobre que mucho se pregona pero poco se ve. Para mí es insoportable escuchar que la homosexualidad es un pecado terrorífico, leer que Benedicto XVI dijo que la homosexualidad es “un eclipse de Dios” y usar a Dios para justificar un prejuicio. Así es mi vínculo inexistente con la religión. Con Dios tengo una relación muy íntima y chiquitita en la que casi no me atrevo a pedirle nada y en la que le agradezco lo que tengo. Eso sí, tengo a mis muertos. Con ellos sí hablo y, a veces, les pido cosas.

-¿A qué le temes?

-Le temo a perder la pasión. Eso me da pánico. Cuando eso se pierde la caída es brutal y aparece la mediocridad, la banalidad, el conformismo. A eso le tengo terror porque me muevo desde y por la pasión. Me da pánico que las cosas dejen de importarme, que la frase no me quede tan buena.

Al despedirnos, Chascas asevera que el camino hacia adelante lo ve como un reflejo del trayecto ya recorrido, tan escarpado, tan sinuoso, “como dos espejos enfrentados”. “La única diferencia es que me siento muy entusiasmado con las expectativas”, señala. “Eso me seduce, me atrae… me apasiona la curiosidad. Por eso me encantan los ‘trailers’ bien hechos, los adelantos de las películas. Al tiempo le pido que me diga solo algo de lo que viene, muy poco... y que me deje descubrirlo por mí mismo”.

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