"Quizá morimos sólo porque nadie
quiere morirse con nosotros, nadie
quiere mirarnos a los ojos".
De “Elegía interrumpida”
(Octavio Paz)
Nos acompaña desde el primer latido. A partir del resplandor inicial que percibimos del mundo se instala en nuestro interior, en algún lugar sin nombre, en silencio, paciente, esperando, con el tiempo siempre como su aliado y la certeza absoluta de que nadie escapa jamás a su encuentro, según ella -y solo ella- lo decida.
Con el tiempo también, cada muerte en nuestro entorno nos acerca un poco a la que nos aguarda, a la propia, entre otras cosas porque nos obliga a reflexionar sobre nuestra propia finitud, luego de tanto intentar olvidarla a fuerza de estar vivos y percibir -no sin candidez- que siempre la muerte es de otros y jamás algo que también nos alcanzará con su abrazo en verdad infinito.
Pensar en esto y mirarnos en el reflejo que se vislumbra ahí, justamente donde la vida termina, es la invitación que la doctora Doris E. Lugo Ramírez articula a través de su obra Ante el espejo de la muerte: aproximación a la iconografía funeraria en Puerto Rico, libro que será presentado este sábado -a partir de las 3 p.m.- en la Libreria del Instituto de Cultura Puertorriqueña, en el Viejo San Juan, en una actividad en la que algo diré como bienvenida oficial a esta publicación, con la promesa de la brevedad y la mejor de las intenciones de no aburrir.
Fruto de la devoción genuina que su autora profesa por el tema de la muerte y la iconografía que en torno a ella se da en Puerto Rico, este libro parecería haber tenido su primer aliento en la infancia de Doris, quien acostumbraba jugar en el antiguo cementerio del barrio en el que se crió, en Hatillo -el Barrio Pajuil- donde corría y saltaba de tumba en tumba, “cuidando de no pisar -dice- la lápida y, menos aun, el nombre del enterrado, como si al hacerlo, violentara un pacto que aún tengo sin descifrar”.
Cuando Doris evoca esa infancia, recuerda que el recreo en ese camposanto fue parte de un comenzar a andar por el mundo acompañada por la certidumbre de que quería ser “catedrática en Salamanca”, sin tener idea de dónde quedaba este lugar. “No sé por qué era en Salamanca, pero sí sé que desde entonces yo quería enseñar”, explica. “Tampoco sé la razón, ya que no tenía referentes. Vengo de una familia muy grande, con un padre agricultor. Me crié en el campo hasta los veinte años y en esta familia nadie se fue por la parte de las Humanidades, inquietud que siempre he tenido conmigo”.
Era “la niña rara”…
Seguir estudios universitarios tampoco era parte de la historia de la familia. Con un padre ministro muy conservador -don Enrique Lugo-, el destino incuestionable para las mujeres en el hogar era casarse y tener hijos. La madre de Doris -doña Rosalina Ramírez- tenía un baúl en el que la niña curiosa encontró libros de poesía de José de Diego y Gustavo Adolfo Becquer, quizá el único referente literario en aquella infancia anclada más a la tierra y a las costumbres que al mundo de las palabras. “Mi ingreso a la Universidad de Puerto Rico, en Río Piedras, lo tuve que luchar”, asevera Doris con una sonrisa. “Todos mis hermanos se casaron muy jóvenes y yo, a los 18 años, decidí irme de mi casa y desafiar esa tradición. Había vivido en el Barrio Pajuil hasta los 10 años y luego de eso viví ocho años en Cidra, donde decidí que ‘ni los ángeles del cielo’ me iban a impedir ingresar a la universidad… y lo hice, con poca orientación, a estudiar Pedagogía, pero siempre con el deseo de estudiar Literatura. Tan pronto terminé el bachillerato en Educación, en un año estudié todos los requisitos para entrar a la maestría de Literatura Comparada, disciplina que me fascina, de la que estoy muy orgullosa e instrumento que me ha ayudado mucho”.
Destilado de la investigación realizada por Doris entre los años 2002 y 2008 para obtener su grado doctoral de la Universidad de Sevilla, Ante el espejo de la muerte no es solo eso -una tesis académica que es también una interesantísima travesía por esa geografía urbana donde la muerte suele vivirse como algo incongruente con la vida- sino también un acto de reconciliación de su autora con ese tema, por muchos años distante y que solo era cosa de los demás.
Durante buena parte de su vida Doris vivió sin encuentros cercanos con la muerte, a excepción quizá con la que ocurrió en su familia para la época en la que ella nació: el fallecimiento de uno de sus hermanos, a la edad de diez años. Cuando comenzó a tener uso de razón y se enteró de esto, comenzó a vivir con la sensación de que ella también moriría al llegar a los diez. Pero los cumplió. Y luego los once y los doce… y comenzó entonces a intentar distanciarse de la muerte, aun cuando acompañaba a su padre cuando lo llamaban para que despidiera algún duelo.
Estudiaba Doris en la UPR cuando su madre sufrió varios derrames cerebrales, crisis que fue el detonante para un acercamiento frontal al tema de la muerte, hasta entonces ajena y lejana. “Comenzar a pensar que iba a perder a mi madre me hizo reconocer que yo no estaba preparada para su muerte”, apunta. “Cuando comienzo a enfrentarme a eso, reflexiono en mi fascinación por las esculturas, algo que abunda en los cementerios y comienza a tomar forma este proyecto que de alguna forma fue un duelo anticipado, porque mi madre no muere sino hasta casi diez años después, hace cuatro”.
Proyecto tan ambicioso como complejo, Ante el tema de la muerte concreta un arduo proceso de investigación que explora la iconografía tanto escultórica como pictórica que se da en Puerto Rico alrededor de este tema, y que incluyó en su mapa -en la primera forma de expresión artística- los cementerios María Magdalena de Pazzi, en el Viejo San Juan; el Cementerio Municipal de Ponce, el Cementerio Histórico de Humacao y el Antiguo Cementerio de Mayagüez, mientras que en lo que toca a la pintura, la selección recayó en obras de maestros como Francisco Oller, Rafael Tufiño, Antonio Maldonado, Carlos Raquel Rivera, Francisco Rodón, Elizam Escobar, Nick Quijano y Susana Herrero, entre otros.
“Este tema me escogió, sin duda”, asevera Doris. “Fueron muchos meses metida en archivos, investigando, luchando contra tantas dificultades para conseguir información. El maestro José Pérez Ruiz me ayudó muchísimo… me apoyó y me animó cuando más lo necesité. Cuando trabajaba esta tesis, la Universidad de Sevilla estaba en el Centro de Estudios Avanzados y del Caribe. Todo se detuvo con la muerte de don Ricardo Alegría… y yo quedé un poco en el aire, sin saber dónde iba a defender la tesis. Finalmente la defensa del proyecto de tesis fue ante los coordinadores del doctorado en Sevilla en la República Dominicana, y la tesis la defendí en el Departamento de Historia de América de la Universidad de Sevilla, tribunal especializado en historia del arte”.
Guiño que intenta seducir la curiosidad, tanto del lector académico como del que mantiene una distancia saludable de ese rigor, Ante el espejo de la muerte es una coedición del Instituto de Cultura Puertorriqueña y la Editorial Isla Negra que trasciende credos y se inserta de alguna manera en un marco más amplio de las manifestaciones culturales relacionadas con la muerte en nuestro país.
“Los cementerios están ahí, son parte de nuestro entorno, pero se encuentran separados de la vida cotidiana, cuando en otros países -como México, por ejemplo- son espacios integrados a la vida en comunidad, que incluso se visitan con frecuencia”, señala Doris. “Eso es algo que se ha perdido en Puerto Rico y es una lástima ver el estado de deterioro que hay en muchos de estos lugares en nuestra isla”.
Con la posibilidad de un coloquio en un futuro cercano atado el discurso de este libro, Doris comenta que Ante el espejo de la muerte cambió sustancialmente su relación con este tema. “Perdí el miedo a enfrentarme con la muerte”, asevera. “Ese temor que sentía se diluyó y ahora es algo muy natural y cercano. Me siento muy cómoda. En el proceso crecí como profesional por la disciplina inmensa que demandó de mí. Y me fortaleció como lectora”.
Doris agrega que en este trabajo hay también una metáfora de incuestionable actualidad y pertinencia. “Se trata de reflexionar sobre esas otras muertes que estamos padeciendo... la muerte de nuestro país, de nuestros valores”, reflexiona. “Es la muerte de tantos niños e inocentes, es también la muerte que todos los días hiere a la sociedad”.
Y terminamos. Y en el silencio ambos nos damos cuenta de que ella -la que nos acompaña desde el primer día- sigue ahí como desde el primer latido, como desde el primer resplandor, paciente, en silencio, esperando, esperando, esperando…
(Fotos: Beatriz Navia)