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Foto del escritorMario Alegre-Barrios

Johanna Rosaly: “Lo que he vivido y estoy viviendo es fascinante”


Comenzamos conversando de la memoria, del olvido, de la muerte y del derecho a ella, todo por un sudoku que la reta y que deja a mitad para iniciar esta charla que se escribe al cabo de algunos días, luego del nacimiento de Olivia Gabriela que la convirtió oficialmente -el pasado jueves- en abuela, para hacer realidad un sueño que a veces llegó a parecerle imposible. “Lo que he vivido y estoy viviendo es fascinante…”, me diría Johanna Rosaly unos días después -ayer sábado- en referencia a este debut en la maternidad de su hija Alfonsina Molinari.

Pero antes de esto…

aquella plática hace poco más de una semana, mientras ensayaba para Entre amigas, obra que hoy tiene su penúltima función en el Centro de Bellas Artes Luis A. Ferré en ruta a sendas presentaciones en Mayagüez -el 20 de este mes- y en Ponce, el 9 de septiembre, para regresar en una nueva función en Santurce el 24 de ese mes, como parte de un elenco que incluye a sus colegas Marilyn Pupo, Ángela Meyer, Sharon Riley y Camille Carrión.

“Estoy segura de que todos tenemos el derecho de elegir cuándo y cómo morir”, dice luego de poner a un lado la revista con sudokus y comentar que son un desafío, que dicen que ejercitan el intelecto y que podrían retrasar el Alzheimer. “Pero ya ves... Nilita Vientós Gastón, toda una intelectual y murió de condiciones asociadas a esa enfermedad… es terrible, atemorizante. “Por eso creo en la eutanasia, incluso en el suicidio. Todos tenemos ese derecho… Soy libertaria, creo en la libertad en todos los aspectos, en todos, sobre todo en esa libertad final y fundamental de apagar el interruptor cuando uno mismo así lo decide. La libertad de decidir si sigue o no sigue aquí le pertenece a cada cual. Es la máxima libertad… por eso los familiares de aquellos que optan por terminar, no deben sentir rencor ni sentimientos de culpa, es la opción de cada cual. ¿Por qué a los animalitos les podemos practicar la eutanasia y a los seres humanos no?”.

Con una carrera profesional como actriz que el próximo mes cumplirá 59 años, Johanna considera que su vida ha sido “bien rica, con muchas experiencias de todo tipo en la que se me ha quedado muy poco por hacer”. “Todavía me faltan, espero, unos quince años más y pretendo disfrutarlos hasta donde la vida me alcance”, señala. “Profesionalmente he cubierto casi todas las bases… no he bailado ballet, ni he presentado el estado del tiempo pero, aparte de eso, creo que he hecho casi todo”.

En especial…

Johanna señala que “a los actores lo que nos seduce es capturar un personaje, hacernos dueños de él, conocerlo tan a fondo, interpretarlo, darle voz, cuerpo, movimiento, intenciones, gestos”. “Con 59 años ya de carrera, ahora en septiembre, he hecho más de 120 ó 130 piezas teatrales, más de 120 ó 130 personajes a los que he dado vida”, reflexiona. “Una actriz de mi experiencia en una gran ciudad teatral, como una Judy Dench o una Meryl Streep -que hizo mucho teatro antes de dedicarse al cine-, no tienen esa satisfacción que tengo yo de decir 'he poseído 130 personajes'. Por eso, entre muchas cosas más, es que digo que la vida ha sido muy generosa conmigo”.

Y su vez -asevera- ella ha sido poseída por casi todos sus personajes…

“Porque a ti te debe pasar como periodista, que en cada entrevista que escribes, escribes de otros, pero algo hay de ti en el texto que finalmente el público lee… y viceversa”, reflexiona. “Lo mismo pasa con los personajes. Ellos reciben de mí, pero indudablemente yo recibo también de ellos. No sabes cuántas veces los personajes y circunstancias son paralelos al momento que estoy viviendo, si no idénticos, sí con tangencias. Y pienso ‘¿cómo es posible?’. Es inexplicable, pero ocurre así”.

"Ver parir a una hija es algo indescriptible. Te conecta con el pasado, cuando aún no estabas en el mundo; y te proyecta al futuro, cuando ya no estarás. Y te reafirmas en que eres un eslabón en una larga cadena matrilineal que une a todas las mujeres del mundo y de la historia"

Johanna Rosaly

 

Entre esas decenas de personajes a los que Johanna ha dado vida y corazón, obviamente hay muchos a los que jamás quisiera parecerse, “como la ‘lady’ inglesa que hice en Tomiko, una telenovela protagonizada por Ángela (Meyer)”. “La odiaba profundamente”, asevera con una sonrisa. “Tanto, que mientras la hacía, tejí una estola verde botella sin saber tejer, como terapia, con las instrucciones de Mercedes Sicardó. Hay muchos personajes que no me han gustado pero, y esto es muy importante, tengo un sentido de responsabilidad muy grande con cada personaje que hago, aunque sea detestable, inhumano… Por esa responsabilidad que le profeso, lo defiendo hasta las últimas consecuencias. Intento encontrar sus razones para hacer lo que hace, porque nadie es malo porque quiere… bueno, nadie es realmente malo y punto, y esto lo he aprendido en el Curso de Milagros. Existe el amor o existe el miedo. Y las acciones negativas que lastiman a otros nacen del miedo”.

Algo así sucede con 'Jacky', el personaje que interpreta en "Entre amigas"…

“papel complicadísimo que hace 25 años interpreté de una manera y que ahora estoy haciendo de otra, porque yo he crecido y la sociedad también”. "En aquella ocasión la hice como la anti heroína, como la antítesis del bien”, recuerda. “Todas sus acciones eran reprochables, como una intelectual arrogante y dura. Ahora la estoy haciendo más vulnerable y que sus otros rasgos que la definen, como lo es su orientación sexual, sean vistos con más comprensión, con más respeto”.

El sueño de ser actriz nunca fue de ella, sino realmente de su padre…

Y don Felipe Rosaly lo soñó desde que él era un adolescente...

“La primera vez que me paré en un escenario fue en el del Teatro Tapia, con cinco años, en una función del ‘baby ballet’ de Irene McLean”, recuerda Johanna. “Interpreté a uno de los enanitos de 'Blancanieves'. No lo recuerdo pero sé que pasó porque he visto las fotos. Entré a estudiar actuación a los ocho años y a los nueve debuté profesionalmente. Me educaron de manera muy estructurada y en el proceso nunca vi la actuación como un sueño, sino como un quehacer, como una disciplina que había que hacer bien. La pasión llegó con el afán de hacer las cosas bien… y mira, todo por mi padre”.

Don Felipe -explica Johanna- llevaba a mucho orgullo que ella no se pareciese físicamente a su madre, doña Raquel Guillermety, sino que se pareciese a él, quien desde la adolescencia la soñó, con nombre y oficio -como Johanna y actriz- con una certeza tal que el tiempo no tuvo otra alternativa que concedérselo. “Mi madre era muy hermosa y mi hermano también, muy parecido a ella”, señala la primera actriz. "Yo era como mi padre, con su color de piel y la misma forma de sus ojos. Desde muy temprano él me inculcó que yo no era bonita y tampoco rica, ‘y por lo tanto -me decía- tienes que ser estudiosa’. Y eso fue como si me lo hubieran grabado con un carimbo. Mi afán por el estudio, mi admiración por los intelectuales, mi obsesión por hacer las cosas como tienen que ser. Por eso aprendí a ser la alumna perfecta, la hija perfecta… porque no era bonita ni rica, y las cosas no se me iban a dar fácilmente en la vida”.

Y dice que ese afán por la perfección es “una jodienda”, porque a veces la distrae del placer y tiene que hacer un esfuerzo por “soltarse el moño”. “Pero no te creas, Mario, la vida me ha dado muchas oportunidades para aprender humildad”, reconoce. “Hace un rato te dije lo de mi dificultad con los sudokus y eso es un ejercicio de humildad. Me he casado cuatro veces y no he logrado tener un matrimonio exitoso -aunque mi amiga Camille Carrión sostiene que todos los matrimonios lo son, mientras son felices- y aceptar eso es un ejercicio de humildad. Hay cosas que no me han salido bien y lo reconozco”.

Sobre su estreno como abuela, Johanna dice que es una estudiosa de la historia y que le gusta entender las cosas a partir de lo que ha sucedido antes. “Creo que si la humanidad estudiara la historia se evitarían muchos errores”, apunta. “Cuando entré en esta etapa de mi vida, ya como adulta mayor, me interesé por conocer mi árbol genealógico y pude llegar tan lejos como a mi bisabuela materna, que se llamaba Severiana Quintero. Luego vinieron Luisa Lloréns, mi abuela; Raquel Guillermety, mi madre; Johanna Rosaly; Alfonsina Molinari y ahora, mi nieta. Le escribí algo a Alfonsina con una lista con estos nombres y le dije que su hija viene a seguir esta línea de mujeres. Quisiera pasarle a esa criatura la sabiduría que yo haya podido alcanzar a lo largo de todos estos años, pero no la sabiduría del conocimiento empírico, sino la que nos hace saber disfrutar de la vida, de un amanecer, de una sonrisa, de un chocolate, de una copa de vino, de una sinfonía o de un buen reguetón. Más que ser una abuela, quiero ser una ‘Mame’, como la del musical, para llevarme a mi nieta de la mano a conocer el mundo. No sé si la vida me dará la energía y el tiempo para poder hacerlo. Ya veremos qué sucede, pero esta es mi ilusión”.

Olivia Gabriela nació el jueves pasado. Y ayer Johanna me dijo que…

“Ver parir a una hija es algo indescriptible. Te conecta con el pasado, cuando aún no estabas en el mundo; y te proyecta al futuro, cuando ya no estarás. Y te reafirmas en que eres un eslabón en una larga cadena matrilineal que une a todas las mujeres del mundo y de la historia. Es algo poderoso que sacude el espíritu y brinda una nueva perspectiva de lo que es la vida”.

Y hacia el final de la charla, Johanna asegura que jamás cesa de vivir en un asombro perpetuo o, al menos, fértil para las sorpresas que la vida trae. Dice eso y menciona a Marshalls -la cadena de tiendas por departamentos- como una metáfora de lo que es la vida. “Me encanta que la vida me sorprenda y por eso soy adicta a Marshalls y a los mercados de pulgas”, asevera.

¿Marshalls? -le pregunto un poco con incredulidad- ¿En serio? yo lo odio... en Marshalls uno compra algo que le encanta, que se termina y que, cuando se regresa a la tienda a buscarlo, ya no se vuelve a encontrar…

“¡Exacatamente, Mario, es que así es la vida!”, exclama risueña. “Siempre voy a Marshalls a ver qué me sorprende. A veces salgo con las manos vacías. Uno de mis grandes placeres es precisamente salir con las manos vacías, porque es un ‘hoy no hubo’, como en la vida. A veces también llego a la caja con el carrito lleno de cosas que en su mayoría no necesito, pero que son hallazgos. Si la fila es algo larga, en ocasiones dejo el carrito y salgo igualmente sin nada. Asimismo, no sabes el placer que siento cuando se me rompe algo, no cuando se me pierde, pero sí cuando se me rompe, porque me da una sensación de alivio al pensar que ese objeto terminó su ciclo. Acabo de botar una tostadora que estuvo conmigo dieciocho años, muy buena por cierto, pero cumplió su ciclo. Y así somos nosotros, así es la vida”.

Y el círculo se cierra. Y terminamos donde empezamos, hablando un poco del olvido, del tiempo y del fin de las cosas. Y entre ambos extremos, la vida que se renueva, como con Olivia Gabriela.

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