HAY INSTANTES EN LA vida que son de revelación, de descubrimiento, momentos que definen el curso que a partir de entonces seguirá el cauce de cada cual y eliminan del horizonte todas las otras posibilidades de manera irrevocable.
Para Julián Garnik ese momento llegó relativamente temprano en su vida, mientras veía la película Modern Times –con Charlie Chaplin– como parte de un curso de cine que tomó mientras estudiaba la escuela superior en Robinson School. Esa fue su epifanía. Ese fue el resplandor que por un breve lapso le permitió atisbar su destino y verse como actor. Desde entonces nada volvió a ser lo mismo para él y todo comenzó a moverse en esa dirección.
Recién graduado del Departamento de Drama de la Universidad de Syracuse, Julián lleva en el apellido los atributos del ADN de su madre, pero solo eso, el ADN. Y el ejemplo, claro. Lo demás ha sido obra de su voluntad, trabajo talento y pasión, como parte de una existencia que comenzó hace 22 años en el Hospital Auxilio Mutuo y que tuvo en el hogar de su abuela materna –Carmen Margarita se llamaba, “Tita” le decían– las primeras razones para el asombro.
–Me crie en Carolina –dice en una conversación en su hogar–. Aquí, al final de la calle, vivía mi abuela. Mi mamá trabajaba mucho, siempre lo ha hecho, y en aquel entonces nos dejaba a mi hermana Laura y a mí con mi abuela. Su casa tenía un patio grande, enorme, difícil de describir, como de película. Ahí había un pavorreal, muchos perros, gallinas, conejos, cotorras… era como un zoológico. Jugar en ese patio era una fiesta, podíamos estar horas ahí.
Lo primero que Julián quiso ser fue baloncelista. Soñaba ser una estrella de la NBA, como muchos niños que empiezan a jugar baloncesto. Su equipo favorito eran los "Lakers" de Los Ángeles, los "Lakers" de Kobe Bryant y Shaquille O'Neill.
–Mis tenis eran de Shaquille y jugaba en la escuela y con amigos –recuerda–. Pero rápidamente me di cuenta de que no iba a llegar a la NBA. Y entonces conocí el soccer, el balompié.
Me muestra su colección de camisetas del Barcelona. Ahí están Messi y Ronaldinho.
–Y pensé que iba a llegar al Mundial de la FIFA –continúa–. Mi equipo era el Barcelona… pero también me di cuenta de que no iba a llegar a la FIFA. Uno tiene ese sueño, pero en el fondo sabe que no va a pasar. Tenía unos 12 años e imaginaba que había un millón de niños mil veces mejores que yo para que se les cumpliera esa ilusión. Sabía que mis chances para llegar eran casi nulos.
Y el arte llegó poco después.
–Nos criamos con artistas en la casa –recuerda–. Gente como Teófilo Torres, Diego de la Texeira, que es casi como tío nuestro, Paco López, Roy Brown. Había arte y música a nuestro alrededor, pero no fue sino hasta que tomé un curso de cine en la escuela, en Robinson. Ahí tuve la oportunidad de ver Modern Times, con Charlie Chaplin y vi que dentro de la comedia, había un profundo mensaje social y político para provocar cambios en la sociedad. Ahí fue que descubrí que el arte puede hacer eso y me enamoré del cine, de la actuación y de todas las posibilidades de ese mundo. Ese fue el principio y desde entonces me he dedicado por completo a eso.
Cuando Julián comenzó a considerar que ese habría de ser el cauce de su vida, lo hizo desde el conocimiento de que es un camino muy arduo, escarpado, sembrado de espinas y en el que, para triunfar, además de talento, hace falta tener a la fortuna como aliada.
–Eso lo tuve claro desde el principio –asevera–. Lo que a mí me desmotivó en mis sueños de la NBA y la FIFA era que mis chances de llegar eran nulos. En la actuación las posibilidades no son mucho mejores, pero por alguna extraña razón me siento sumamente seguro de esta pasión y de que el teatro y el cine son mejores medios para lograr cambios y hacer un mundo mejor, que siendo una estrella del baloncesto o del soccer.
–O sea que los niveles de reflexión que se pueden lograr con una buena actuación en el escenario son mucho mejores que metiendo canastos de tres puntos –le digo.
–Así es, sin duda. Y al final del día, el deporte no es más que entretenimiento, mientras que el buen cine y el buen teatro son no solo entretenimiento, sino también mucho más que eso –añade–. Cuando decidí que iba a estudiar eso, comencé a ver todas las alternativas posibles. Primero miré en Puerto Rico, claro. Y empecé a ir al cine y al teatro, comencé a pertenecer a esa comunidad. Yo mismo abrí la puerta y entré. Fue difícil, porque nunca antes lo había hecho, nunca había ido al teatro, pero supe que era necesario comenzar a sumergirme en ese mundo antes de comenzar a estudiarlo. Y pronto eso se convirtió en mi vida.
Julián invirtió muchas horas para investigar en internet cuáles eran las mejores alternativas para una educación universitaria en ese campo.
–Aunque parezca simple, lo primero que descubrí fue que el teatro se podía estudiar de manera universitaria –dice–. Se me abrió un mundo cuando supe que podía estudiar actuación y obtener un grado universitario. Leí mucho y las mejores opciones estaban en Estados Unidos. Y entonces decidí que, como en verdad era algo tan serio para mí, que sí, que me iría a estudiar afuera. Eso fue poco antes de mi cuarto año, más o menos en el verano del 2012. Terminé yéndome a la Universidad de Syracuse, al norte de Nueva York.
Antes de marcharse, Julián pasó por el filtro y el ojo educado del maestro actor Teófilo Torres, quien afinó sus destrezas para enfrentar exitosamente las audiciones de ingreso e insertarse en el flujo de esa vida cosmopolita de la llamada “Gran Manzana”.
–Fue realmente inspirador para mí coexistir todos estos años entre tantos artistas –asevera–. Hasta que vi una obra en Broadway, comprendí que era posible hacer algo de una calidad tan suprema en todos los sentidos. En ese momento me di cuenta de que era ahí donde quería y debía estar para intentar hacer realidad mi sueño. Y hasta el sol de hoy. Cada vez que me monto en el subway, miro a mi alrededor y el 99% de la gente tiene un libreto en su mano. Es muy estimulante sentir y ver que somos muchos los que estamos en esa misma órbita y tratando de hacer un cambio estudiando en un sitio como Nueva York
El hecho de ser puertorriqueño nunca representó para Julián una desventaja para fluir como parte de ese torrente de ilusiones.
–Desde el momento en que llegué supe que era distinto al resto de los que estaban ahí… el idioma, la cultura, pero, además, con un tipo de sazón que nadie más tiene –dice con una amplia sonrisa–. Además, me encanta que en Nueva York haya tantos puertorriqueños. Es como el municipio 79 de Puerto Rico.
Recién graduado, Julián asevera que siente que ha encontrado su nicho dentro de la comedia, que le encanta y que “desde chiquito era el que hacía reír a mami en los momentos difíciles”.
–Siempre, desde niño, me ha gustado hacer reír a la gente –afirma–. Creo que es algo que se me da de manera muy natural y que es un gran remedio para los momentos complicados en la vida.
Durante el curso de su tercer año de estudios en Syracuse, Julián tuvo una experiencia histriónica que hasta ahora ha sido la más gratificante y que validó para él que estaba en el camino correcto.
–Aunque lo hacía en las clases, nunca había tenido la oportunidad de tirarme “de pecho” en la comedia, sino hasta que fui parte del elenco de una farsa francesa titulada A Flea in Her Ear –explica–. Me tocó hacer el papel de un español loco, posesivo, casi esquizofrénico. Fue en un teatro con bastante público. Durante los ensayos me di cuenta de que todos se reían mucho con mi personaje y me hacían comentarios sumamente estimulantes. La noche de la primera función me eché al púbico en el bolsillo y a partir de entonces no he vuelto a mirar atrás, siempre al frente con confianza, pasión y haciendo las cosas de la mejor manera. He sentido que desde esa noche todos me empezaron a respetar como actor y a llamarme cada vez que se hacía una comedia.
Julián –quien también profesa un gran afecto por la dirección cinematográfica, en la que ya ha hecho algunos cortometrajes, con guiones de su propia autoría– regresó esta semana a Nueva York para comenzar a solicitar en la infinidad de audiciones que todos los días se realizan en esa ciudad.
–Lo que viene ahora para mí, es eso: buscar hacer audiciones, ver qué oportunidades hay y convertirme en un actor profesional –dice–. No pienso por ahora hacer una maestría. En el Departamento de Drama de Syracuse nos decían mucho eso, que al graduarnos nos diésemos al menos un año para experimentar y probar, antes de decidir qué camino tomar. Voy a solicitar a audiciones, sabiendo que se puede aplicar a cien y que quizá no responda nadie o que escriba a cinco y me llamen de cuatro.
–Un día a la vez, disfrutando el proceso…
–Sí… hay actores que han tenido que esperar hasta los 70 años para que les llegue su gran oportunidad –reflexiona–. Esperar tanto tiempo por un papel es algo para lo que no todo el mundo está hecho, así que si uno no se disfruta el proceso, puede ser una tortura. Y por eso que mucha gente se quita en el camino. Estoy preparado para eso.
–¿Contemplas la posibilidad de trabajar algún día en tu tierra?
–¡Claro!, definitivamente, en teatro o en cine. Quiero regresar. No sé si a vivir para siempre, pero sí a trabajar y a estar aquí –dice–. Lamentablemente las condiciones para el arte y la cultura en Puerto Rico están muy deterioradas y debo pensar en prepararme muy bien en Nueva York antes de venir a hacer algo acá, pero por supuesto que deseo hacerlo. Sé que al haberme criado aquí, muchas de las historias que conozco y de las imágenes que tengo en mi cabeza son de Puerto Rico. Me encantaría volver para trabajar con todo ese material. Es algo que está en mi corazón. Claro que quiero y tengo que hacer algo en mi patria y por mi patria.
–¿Qué ves en tu futuro?
–No sé, la verdad que no lo sé con certeza.
–Es válido no saberlo a tu edad… ¿Cuál crees que es tu mejor atributo?
–Ser una persona carismática… o quizá ser “un payaso”, el que siempre cae bien y hace reír. Me gusta serlo, está en mi naturaleza. Me gusta tanto la comedia, que vive en mi sangre.
–¿Y tu peor defecto?
–A veces me apasiono tanto por las cosas que, cuando no van como quiero, me frustra mucho… debo aprender a manejar mejor esos procesos cuando son adversos.
Terminamos hablando de fútbol. Julián, del Barcelona de ahora, con Messi, Piqué e Iniesta; yo, de la selección de Brasil que fue campeona en el Mundial del 70, en México, con Pelé, Tostao y Rivelino. Los abismos que nos unen.
Me mira entonces y recuerda una de las últimas preguntas.
–Feliz –dice con una amplia sonrisa. Otra epifanía–. Me preguntaste que veía en mi futuro y, aunque no sé, sí sé que me veo feliz y haciendo felices a mi familia, a mi mamá y a todos los que estén a mi alrededor.
Sí, de eso es de lo que se trata la vida. De eso y de nada más.